Amor por Tobago

Amor por Tobago

28 marzo, 2021 0 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Clean, green & serene

Algo del encanto de la pacífica Castara radicaba en caminarla y sorprenderse con los detallecitos de su día a día y algunos tesoros escondidos.

Por ejemplo, una mañana luego de desayunar religiosamente nuestro pan de coco, dimos fortuitamente con un sendero que penetraba en la selva y que concluía en una hermosa cascada incrustada en la piedra.

La existencia de aquel salto era totalmente desconocida para nosotros hasta que tuvimos la fortuna de encontrarlo. Siendo los únicos en el lugar, aprovechamos para meter los pies en el laguito que se formaba con la rompiente y pasar unos momentos viendo el agua caer.

Luego de unos instantes, noté como unos diminutos pececitos comenzaron a rodear mis pies para darles unos inofensivos mordisquitos, apenas perceptibles. En seguida se me vino a la cabeza el raspón que me había dado con las piedras coralinas de Buccoo y que aquellos podían ser minúsculos comensales dándose un festín con los restos de piel muerta que desprendían de mi herida, ya sanada por cierto.

Castara waterfall
En busca de la cascada escondida...
Castara waterfall
¡Eureka!

Otra de las maravillas, ya no exclusiva de Castara sino de todo Tobago, radicaba en probar su exquisita cocina. La misma consistía en una fusión de productos tropicales e influencias de la India entre los que destacaban el ya mencionado Roti y el Curry Goat (curry de cabra).

Obviamente que los frutos de mar eran prioridad, desde mi perspectiva al menos, y por allí los hay de a montones. Además, saben exactamente cómo sazonarlos para convertirlos en un plato único y típico del lugar.

Eso sí, todo tiene que estar acompañado por un jugo exprimido de la fruta que se te ocurra, incluso de esas que ni siquiera conocés.

Curry Goat
Curry Goat. Una delicia de la fusión indo-caribeña

En nuestro afán por deleitarnos con esos sabores trinitenses (o tobagonianos, si cabe el término), fuimos una noche a cenar a otro restaurant pituco del pueblo, The Boat House.

Si bien el Mahi-Mahi con 5 guarniciones distintas que me clavé estuvo excelente, lo mejor de la noche iba a llegar una vez concluida la cena.

Mahi-Mahi
Mahi-Mahi con múltiples guarniciones en The Boat House

Mientras la sobremesa se desarrollaba en el restaurante repleto de turistas mayoritariamente británicos, comenzaron a ingresar una serie de instrumentos de percusión bien artesanales. Para nuestra sorpresa, esa noche iba a tener lugar un show de tambores africanos.

Con el ritmo impregnado en lo más profundo de su ADN, los músicos iniciaron un asombroso espectáculo de sonidos envolventes que parecían provenir de lo más profundo de la Tierra.

Tambores africanos
El show está por comenzar...
Tambores africanos
...y este se vino con todo

Perdido en aquel trance rítmico fue que de golpe vi aparecer un hombre en zancos vestido con una túnica negra y una máscara bastante tenebrosa. El muchacho parecía estar poseído por el ritmo y no paraba de recorrer la pista de aquí para allá.

De repente, aquel show de tambores africanos comenzó a tener tintes de ritual vudú y el miedo empezó a apoderarse de mí.

A ver, sabía perfectamente que todo era un espectáculo, pero la interpretación era tan cautivante que te llevaba a sumergirte en un rito hipnótico con el temor como elemento partícipe de aquella experiencia.

La forma en que aquel personaje de zancos se movía era increíble, pegaba tales saltos y se contorsionaba de tal forma que parecía que en cualquier momento podía desplomarse en el piso.

Tance en zancos
La danza del terror

Pero no fue así. Todo lo contrario, mantuvo el equilibrio y el profesionalismo hasta el final en el que, tanto él como los músicos, recibieron una ovación de pie en retribución por aquel maravilloso espectáculo que de a ratos se asemejó a un trance de la cadencia.

Como para desligarse un poco de lo intenso de aquella interpretación, los músicos torcieron el rumbo de la noche con una divertidísima competencia de limbo.

A través de ese baile originado también en Trinidad, comprobamos que, además de nacer con el ritmo en la sangre, los trinitenses carecen de meniscos en las rodillas.

Limbo
Este pibe dejó los meniscos en la casa
Logo

Al día siguiente, y como el final de nuestro viaje se acercaba, decidimos contratar nuevamente los servicios del bueno de Newton George. Sin embargo, en esta ocasión viajaríamos al otro extremo de la isla hacia una pequeñita isla llamada, oportunamente, Little Tobago.

Tras un almuerzo en un restaurant con el resto del contingente en Speyside, el pueblo más cercano a la isla, nos tomamos un bote hacia aquella deshabitada tierra insular de apenas 1km cuadrado y conocida como la isla de las aves del paraíso.

Zarpando a Little Tobago
Próximos a zarpar para Little Tobago

Si bien el lugar es un santuario aviar, hace rato que las aves del paraíso no forman parte de la fauna de la isla. De hecho, los últimos registros de aves del paraíso en la isla datan de 1958. Sin embargo, existía otro sinfín de animales (aves, reptiles y mamíferos) que nutrían armoniosamente el ecosistema de la isla.

Siendo nosotros bastante entusiastas en cuanto a naturaleza se refiere, quedamos fascinados al ver las bandadas moverse casi al unísono entre los peñascos o lanzarse en picada hacia el torrentoso mar en busca de presas.

Peñasco Tobago
Rompientes sobre el peñasco
Little Tobago
Vista del mar Caribe
Little Tobago
Y una panorámica ¿Por qué no?

No obstante, reconozco que para quien no disfruta este tipo de actividades puede tornársele un tanto tedioso estar caminando por largo tiempo sin nada particularmente asombroso para ver.

Es que la paciencia y constancia resultan claves a la hora de dar con esos momentos únicos que la naturaleza ofrece. Pero también es cierto que no todas las personas están preparadas o dispuestas para tal empresa.

Nido Little Tobago
Reposando en el nido
Reptil vigilante
Vigilando los huevos de la foto de al lado

Creo que el único día de nuestra estadía en Castara en que no bajamos a la playa a pasear fue el último de nuestra aventura caribeña. Pero eso no significa que no hayamos ido a una playa.

Aquel último día fuimos caminando a la vera de la ruta hacia una playa un tanto alejada (1 hora a pie) con costa al Caribe y bautizada como Englishman´s Bay.

Mientras marchábamos tranquilamente por el costadito del camino admirando las laderas inundadas de verde, un auto pasó por nuestro lado y frenó unos metros más adelante.

Al llegar a su encuentro, vimos que se trataba de una pareja mayor que nos ofreció amablemente acercarnos. Ya curtidos por la ubicua hospitalidad de los isleños, aceptamos sin dudarlo.

Camino a Englishman´s Bay
Camino a Englishman´s Bay
Englishman´s Bay
Englishman´s Bay en todo su esplendor

En el trayecto conversamos un poco sobre lo típico: ¿De dónde son? ¿De qué trabajan? ¿Conocen Argentina? ¿Messi o Maradona?

Una vez llegados a la playa en cuestión y antes de bajarnos del auto, la pareja nos ofreció unos folletos de la iglesia que representaban en plan “captación de feligreses”. Les agradecimos muy gentilmente por el material de lectura y nos despedimos de ellos para siempre.

Englishman´s Bay era todo lo que una playa del Caribe tenía que ser: poca gente, palmeras, arena blanca, mar turquesa y un barcito rústico para picar algo si la ocasión lo ameritaba.

Como no podía ser de otra manera, cerramos nuestro paso por Tobago con un día de playa a puro relajo y que nos sirvió para encarar el regreso a pie por el mismo camino. Esta vez sin la ayuda de nuestros amigos eclesiásticos.

Englishman´s Bay
Una gran playa para cerrar un viaje a puro Caribe
Cangrejo
Cangrejito
Lagartija
Lagartjita

Si bien Costa Rica fue mi primer contacto con América central, este viaje a Tobago se sintió como una experiencia auténticamente caribeña. Quizás sea por los paisajes, la comida, la gente, el acento en su idioma, la fauna, la flora o por esa forma parsimoniosa que tienen de llevar el día a día.

Hoy en día veo difícil un regreso a Tobago, pero aquella visita me sirvió como motivación para conocer el resto de las naciones isleñas que se encuentran en seguidilla hacia el norte.

Espero que por algún capricho del destino pueda volver a aquella paradisíaca isla, escuchar el hermoso sonido del steel pan, degustar una vez más el pan de coco y, mejor aún, darme un baño de paz y naturaleza.

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