Afortunadamente, los celulares de mi familia encontraron una buena combinación de subtes hacia nuestro hogar el cual se encontraba algo alejado del centro. Con plan en mano, bajamos las escaleras hacia el U-Bahn, el subte alemán que cada tanto emerge a la superficie para respirar.
Al sacar el boleto en una expendedora, notamos que no existía ninguna barrera que nos impidiera pasar sin pagar. Sin embargo, encontramos una especie de maquinita para marcar el ticket antes de subirse al vagón, lo cual hicimos como responsables turistas que somos.
Algo que me llamó la atención mientras esperábamos el subte fue la compleja red de rutas, estaciones y conectividad con otros medios de transporte público. Dado mi pobre sentido de orientación fuera de mi país, los mapas que mostraban tal obra de ingeniería y planificación resultaban inentendibles para mí. No obstante, nuestro trayecto requería solo una simple conexión y, mejor aún, estaba acompañado por otras 6 personas con menor propensión a extraviarse que yo.
En un momento del viaje, la novia de mi hermano mayor recibió un mensaje de la dueña del departamento avisando que nos estaba esperando y que tenía un compromiso al cual debía asistir sin falta en una hora. Alertados por la situación, miramos nuestros relojes y empezamos a sacar cuentas. No había forma de llegar a tiempo, pero a la vez era imposible trasladarnos más rápido.