Caribe en modo Pura Vida

Caribe en modo Pura Vida

19 diciembre, 2019 2 By Manu

En aquel departamento de Belgrano, con su sillón rojo y su mesa con un rompecabezas de un cuadro de Klimt a medio armar, nos juntamos cuatro amigos a contar los minutos que faltaban para partir hacia el aeropuerto. Ya habían pasado algunas horas desde la cena pero ninguno acusaba un ápice de sueño, por el contrario, la ansiedad era total. El hermano del más joven del grupo nos hizo el inmenso favor de acercarnos a Ezeiza a la 1 de la mañana (nuestro vuelo salía a las 5) y una vez allí, cargados con nuestros bártulos hicimos los trámites migratorios correspondientes para partir en aquel vuelo de la ya extinta aerolínea Taca rumbo a Costa Rica.

Antes de partir
Contando los segundos para partir... ¡Cuánta juventud por favor!

La escala en Lima no duró más de un par de horas, tiempo suficiente para picar algo e incluso para que Ray Ban se apropiara de una partecita de nuestros ahorros. Ya de día, nuestra conexión se anunciaba en las pantallas, señal para abordar y continuar viaje.

Aterrizados en San José, con casi 10 horas de vuelo encima, los taxis naranjas aguardaban tras las puertas del aeropuerto Juan Santamaría. Uno de los tantos conductores nos advirtió, con ademanes por demás amenazantes que prefiero no explayar, lo inquietante y hasta peligroso que podía ser la capital tica, aunque pasar por allí era un requisito insoslayable.

Taxis ticos
Los taxis ticos y sus intimidantes choferes
San José
La única foto de San José en todo el viaje

Ni bien pusimos un pie en San José, bastante influenciados, o peor, intimidados por esos comentarios, decidimos no aletargar nuestro estadía allí y permanecer solo lo mínimo e indispensable. Con nuestros bolsos al hombro (y una valija con rueditas), buscamos la estación de buses Atlántico Norte a fuerza de mapas, pobres indicaciones e intuición (en aquella época los teléfonos no eran lo que son hoy, sin GPS ni Google).

Era mediodía y, si bien corría el mes de marzo en el hemisferio norte, el sol se hacía sentir. Finalmente pudimos ubicar la estación, compramos algunos snacks “exóticos” en forma de empanaditas de mermelada de piña y plátanos con queso cheddar y sacamos ticket hacia nuestro primer destino el cual nos aguardaba cinco horas más adelante atravesando rutas sinuosas repletas de conductores temerarios.

Empanaditas de piña
Cuando hay hambre...
Platanos con cheddar
...no hay pan duro
Por la ruta
Por la ruta a mil por hora

La primera noche de nuestra travesía costarricense la pasamos en Puerto Viejo, un pequeño pueblo pesquero en la provincia de Limón, bañada por el Atlántico y cerca de la frontera con Panamá. Uno quisiera, luego de tanto traslado, llegar a un hospedaje cómodo, soltar las valijas y recostarse unos minutos, pero ese no fue nuestro caso.

Dada nuestra inexperiencia en viajes, ni bien llegados a Puerto Viejo nos pusimos a buscar alojamiento, de noche, ansiando hallar un lugar que tuviera un cartel que anunciara habitaciones disponibles. La primera opción a la vista no tenía vacantes y, para nuestra fortuna, el segundo hostel que visitamos nos recibió con los brazos abiertos.

Las habitaciones amobladas sólo con dos camas, paredes de madera, dudosa limpieza y baños compartidos no fueron suficiente argumento para repelernos esa noche. Sin demasiada vuelta, alquilamos dos cuartos, nos pegamos una ducha y salimos a buscar un lugar para cenar.

Hotel Puerto Viejo
De día tenía mejor pinta que de noche
Habitación de hotel Puerto Viejo
Siendo joven uno se adapta a lo que venga...

Avezados a las costumbres argentinas, creímos que habría negocios abiertos para picar algo a las 10 de la noche… y qué equivocados estábamos. Recorrimos inútilmente algunas cuadras de tierra y mal iluminadas buscando un local que vendiera algo de comida rápida, nada lujoso. En el interín, nos cruzamos con un grupo de extranjeros, ingleses si mal no recuerdo, que nos ofrecieron sustancias recreativas las que amablemente rechazamos. La idea de desbarrancar la primera noche, con el cansancio de tanto viaje, en un lugar desconocido y con el estómago vacío, no nos sedujo.

Seguimos marchando y finalmente, cuando el malhumor pedía permiso, avizoramos un puesto callejero que vendía los últimos snacks de pollo frito y otras delicias más. El puestito era atendido por un joven de no más de 25 años, a quien no dudamos en pedirle lo que sea que tuviera a mano (a esta altura, con que no fuera radiactivo era suficiente). Le compramos unas porciones de pollo frito y algo que él llamó “Yuquita”. Era mandioca frita, fue la primera vez que la probé y realmente me encantó. Pero más me gustó el acento con el que lo dijo y la charla que mantuvimos por unos minutos.

En ese momento recuerdo haber pensado: “Pobre pibe, va a pasar toda su vida en este pueblito y nunca va a conocer nada más”, probablemente no iba a asistir a la universidad, ni conseguir un “buen” laburo. Años más tarde me daría cuenta que esa forma de vida, despreocupada, sencilla y en un paraíso natural podía ser algo que yo desearía más de una vez.

Logo

A la mañana siguiente, algo más renovados, no fue problema encontrar un lugar para desayunar. Repitiendo la estrategia de la noche anterior salimos a caminar a ver qué aparecía y desembocamos en un local llamado “Bread and Chocolate”. Nos quedamos unos minutos escudriñando el menú y las nutritivas opciones que ofrecía.

En las antípodas de lo que sería un desayuno en Argentina, nos dimos una panzada de granola, yoghurt, frutas tropicales, huevos, frijoles, café y jugos de todos los colores. Estábamos maravillados con ese festín, no había mejor forma de empezar el día. Asimismo, la charla de mañana con mis amigos, ver a los chicos yendo a una humilde escuela al lado de una colina repleta de verde, el sonido de las olas a unos pocos metros, el reparador descanso de la noche anterior y saber que esto recién empezaba me inundaron de un ánimo revitalizante.

Bread and Chocolate
El mejor lugar para desayunar
Desayuno en Bread and Chocolate
Debería desayunar así todas las mañanas de mi vida
Chicos al colegio
Así da gusto ir a estudiar...

El tiempo que estuvimos en Puerto Viejo transcurrió entre playa, hamacas paraguayas, charlas, truco, mate y futbol. El pueblo no tenía más que unas pocas cuadras invadidas por vegetación, el mar Caribe y una tranquilidad envidiable, justo lo que nos había recetado el médico. Sin embargo, luego de un par de días era momento de seguir adelante.

Logo

No muy lejos de allí nos esperaba Manzanillo, casi pegado a Panamá. Pueblo más pesquero y más pequeño que el anterior, Manzanillo nos ofrecía playa, palmeras, un barcito fanático del Barcelona FC y un alojamiento reservado con anterioridad: El Faya Lobi.

Los letreros y flechas clavadas en los precarios postes ubicados estratégicamente en cada esquina nos guiaron hacía esa hermosa casa de dos pisos con un frondoso jardín atendida por Patricia, una holandesa muy agradable que había decidido hace varios años radicarse allí. Ella vivía en la planta baja con su familia y los viajantes se hospedaban en las cuatro habitaciones de la planta superior que compartían una zona abierta en el centro con sillones, mesa, una cocina, libros y demás amenidades.

Faya Lobi
El frondoso jardín del Faya Lobi

Nuevamente, alquilamos dos habitaciones con dos camas, esta vez con baño privado. Mientras desempacábamos, me resultó curioso presenciar cómo uno de mis amigos dejaba prácticamente vacío su bolso, acomodando toda su ropa en los pocos espacios disponibles, ubicando sus artículos de aseo en el baño, como si nos fuéramos a quedar allí un mes. Ya instalados, coincidimos en el área común con nuestros nuevos vecinos que resultaron ser dos parejas mayores, una de Argentina y otra de Serbia.

Quizás nuestra joven apariencia modesta despertó el instinto maternal de ambas parejas que parecían competir por quién nos trataba mejor o daba los mejores consejos. Mientras los argentinos nos regalaban una guía de viaje por Latinoamérica, los serbios nos preparaban un manjar de ensalada. Ya declaradas las intenciones, los argentinos, por obvias razones, creían llevar la ventaja pero, vaya uno a saber por qué, los serbios resultaron triunfadores.

Bora y Zlata estaban ya retirados, él era violinista y recorrió el mundo con sus conciertos, ella lo acompañaba. Desafortunadamente, un cáncer le impedía seguir tocando y viajando tan asiduamente como antes. Recuerdo que una tarde, de regreso de un día de playa, encontramos a Zlata sollozando triste por el sufrimiento físico de su marido quien, para que ella no lo presenciara, salía a caminar tanto como fuera necesario para regresar sólo cuando el dolor amainara.

Bora y Zlata
Compartiendo historias con la mejor compañía

Bora nos contó que había que aprovechar cada momento de la vida porque nunca sabe lo que hay a la vuelta de la esquina. Ellos salían a caminar a la mañana mientras nosotros íbamos a la playa. Cuando empezaba a caer el sol nos encontrábamos fuera de nuestras habitaciones y pasábamos el rato, ajedrez de por medio, descansando, charlando y aprendiendo de ellos.

Playa de Mazanillo
La playita a nuestra merced... (o viceversa)
Rana
Cosas que uno se encontraba en el baño
Ajedrez
Entrenando la mente
Jaggershots
Y despuntando un nuevo vicio
Logo

Fue en Manzanillo donde empezamos a tener contacto más profundo con la naturaleza. Una noche, en la más absoluta oscuridad, me desperté con un rugido envolvente, indescifrable e intermitente que parecía originarse a unos pocos metros de la ventana. Resultaron ser los monos aulladores comunicándose entre sí, escondidos en los árboles, lejos y sin representar ningún peligro. Pero qué un buen susto me dieron….

En el florido jardín del frente no era raro cruzarse con una mariposa Morpho azul, con sus alas celestes tornasoladas y del tamaño de mi mano. Camino a Punta Uva, una playa a 5km de Manzanillo, vimos a las arañas bananeras tejiendo sus inmensas telarañas entre los postes de luz. Sus patas atigradas eran demasiado fascinantes como para dejar pasar la oportunidad de tomarles una foto. Cabe destacar también que cada paseo era un festival de flores de todas las formas y colores, entre las que la heliconia resultó mi favorita.

Mariposa
La famosa mariposa de Peñarol
Heliconia
Las hermosas heliconias
Mono aullador
El mono aullador colgando de su cola
Araña bananera
Bien cerquita de esta increíble araña bananera

Cuatro días saboreando las playas del el mar Caribe parecían, por el momento, suficiente y nos dieron una primera impresión fantástica del país. Sin embargo todavía quedaba mucho por recorrer y Costa Rica nos invitaba a adentrarnos en su rica geografía…

No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Volcán, selva y relax

Logo