El tropiezo final

El tropiezo final

9 enero, 2020 0 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Museos para (casi) todos los gustos

En nuestro último día en París nos trasladamos hacia Montmartre. El metro nos acercó hasta donde pudo, o hasta donde quisimos, ya que parte de nuestra visita consistía en recorrer a pie aquella zona la cual, de entrada, nos ubicó en una placita con un mural repleto de la frase “Te quiero” en todos los idiomas posibles. Tras unos minutos buscando el que estaba en castellano, seguimos a pie por las callecitas adoquinadas en subida hasta la famosa basílica de Sacre Coeur.

Te quiero
Yo también te quiero París

Un pequeño teleférico ofrecía la posibilidad de un ascenso más ameno para las piernas a cambio de unos pocos euros, pero sinceramente, en nuestro caso no se justificaba.

Ya en la cima, la impoluta basílica se erigía ofreciendo una perspectiva alternativa de la capital, quizás algo entorpecida por el sinfín de turistas que por allí pululaban. Por dentro Sacre Coeur es hermosa como tantos otros edificios sacros que se puede encontrar por Europa solo que con más luz natural.

Sacre Coeur
Sacre Coeur en todo su esplendor
Luz en Sacre Coeur
La luz se abre paso

Tras las fotos de rigor, emprendimos el descenso por las amplias escalinatas hasta que un grupo de personas se nos acercó queriendo vendernos chucherías las que amablemente rechazamos para seguir bajando; pero su insistencia se tornó intensa y provocativa. Ante un panorama más hostil, nuestra respuesta fue más contundente hasta que en un momento uno de ellos osó tomar del brazo a mi hermano quien con temple de hierro lo amenazó: “DON´T GRAB ME!!!”.

La situación ya era demasiado incómoda y, por seguridad o temor, tomamos un camino alterno, libre de aquella desagradable experiencia. Más tarde descubriríamos que esa zona es conocida por los robos a los turistas que se detienen ante esos “vendedores ambulantes” y que la clave es no aminorar la marcha ni prestarles atención en ningún momento.

Unos metros más adelante nos encontraríamos con un par de policías que seguramente estaban al tanto de este modus operandi pero a los que no parecía importarles demasiado.

Vista desde Sacre Coeur
Las escalinatas del peligro... Pero con muy linda vista
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Superado aquel obstáculo, seguimos recorriendo las pintorescas callecitas de aquel barrio decorado con negocios de coloridos macarons, quesos de todo tipo y una melodía en acordeón que sonaba a lo lejos interpretada por algún artista callejero.

Montmartre también se caracteriza por haber sido sede de varias escenas de la película “Amelie”, como por ejemplo el mercadito en el que la protagonista hunde su mano en un saco de legumbres o bien el “Café des 2 Moulins”, su lugar de trabajo y donde decidimos almorzar.

Mercado de Amelie
El mercadito de Amelie
Macarons
Macaroooooons!!!
Leche de Camembert asada con miel y ají
Leche de Camembert asada con miel y ají con papines en Cafe des 2 Moulins
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Con el estómago lleno, nos propusimos visitar el reconocido Moulin Rouge. He aquí un momento crítico del viaje ya que al bajar de una plataforma mi mamá pisó mal y se torció el tobillo. Imagínense, recién comenzaba su viaje a Europa con sus hijos, todo iba perfecto y de golpe… su tobillo tenía el tamaño de una pelota de tenis.

Preocupados por la situación, la llevamos hacia el departamento y la recostamos en un sillón; apenas podía pisar por lo que subir las escaleras hacia su dormitorio no era una opción. Con mi novia fuimos a una farmacia en la que desplegué mi paupérrimo francés implorándole a la farmacéutica una medicina para el dolor.

Por suerte, en una góndola encontramos una venda y un gel que se podía meter en el microondas o congelar, según fuera necesario, pero nos llevó unos minutos mencionar la palabra “Ibuprofeno” la que la farmacéutica entendió de inmediato. Aparentemente es lo mismo en francés y en castellano, el único detalle es que allá se necesita una receta para comprarlo.

De regreso en el departamento, le pusimos el gel frío rodeando el tobillo cada vez más hinchado y le dimos una de las tantas pastillas que uno lleva preventivamente a los viajes con el deseo de que esto no pasara a mayores. Tras estar un rato con ella, mi mamá, con todo su amor ante la adversidad nos dijo: “Vayan y sigan paseando, qué van a hacer acá? Yo me quedo quietita y leo un libro, no se preocupen”. Realmente se merecía el Nobel a la mejor madre.

Moulin Rouge
Moulin Rouge: el lugar del accidente

Con algo de remordimiento por dejarla sola pero a sabiendas de que no era mucho más lo que podíamos hacer, salimos de la casa para hacer uso del viaje de Hop On Hop Off que la Paris Pass ofrecía.

Subidos en la parte descapotable recorrimos la ciudad, repitiendo algunos lugares ya visitados pero esta vez complementados con la valiosa información que brindaban los auriculares.

Nuestro recorrido finalizó en la puerta de la ópera de Paris a la que no ingresamos ya que el local de chocolates Lindt que estaba en frente nos capturó cual canto de sirena con sus muestras gratis y sus infinitas delicias. Además, la ópera había cerrado sus puertas por el día…

Opera de París
La Ópera de París ha cerrado sus puertas por la jornada, proceda a los chocolates por favor.

Mi último día en París concluyó en compañía de mi novia visitando las galerías Lafayette y sus imposibles negocios. No obstante, puedo darme el lujo de decir que fui cliente aquella vez cuando me aventuré a comprar un macaron de aceite de oliva que terminó siendo más sabroso de lo que sonaba.

Finalmente nos dimos el gusto de ir a merendar a un cafecito para bajar un cambio y compartir un momento en pareja. Créanme que fue uno de los momentos más lindos de París, sobre todo si les digo que aquel café vino acompañado por esa exquisitez llamada “eclaire” que cerró con broche de oro mi primer contacto con la ciudad luz.

Lafayette
Si esta cúpula de las galerías Lafayette les parece linda...
Café con eclaire
...qué me dicen de este espectacular eclaire?

No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Grand Place a toda hora

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