En nuestro último día antes del hiato filipino, tuvimos que hacer el check out y dejar las valijas en el hotel ya que, como nuestro vuelo estaba pactado para la noche, nos quedaba casi un día entero en Seúl y pretendíamos sacarle provecho.
Por lo tanto, con nuestras mochilitas al hombro partimos temprano en una extensa caminata al sur en la que recorrimos sectores inesperados de la ciudad relacionados con el detrás de escena de los pequeños comercios y con el arranque diario de sectores de clase media.
Tras casi dos horas a pie, habiendo atravesado el monte hogar de la N-Tower, llegamos a la zona del sublime monumento a la guerra de Corea. A la distancia ya se destacaba la escultura del par de soldados del norte y del sur fundidos en un abrazo partido por el conflicto.
Bajo sus pies se encontraba un pequeño domo, también resquebrajado, en cuyo interior pudimos hallar información de aquella fatídica guerra desde 1950 a 1953 que dividió al país.
Como una figurita repetida, la guerra estalló por decisión de las potencias de siempre y, al momento de escribir estas líneas, aún no ha concluido. Técnicamente hace más de 60 años que están enfrascados en un cese del fuego en el que la zona desmilitarizada, ubicada sobre famoso paralelo 38, es la máxima expresión de la ruptura de esta nación.
A unos pocos metros, las mitades de una escultura abstracta vertical servían como guía para dos hileras de personajes de bronce que iban desde el más humilde al más alto rango militar avanzando hacia un inevitable encuentro.
No obstante, lo detallado anteriormente corresponde a los alrededores del denominado War Memorial of Korea que consta de un inmenso edificio que recopila toda la historia de la guerra y que presenta varios vehículos de guerra apostados a su alrededor.
Luego de echar un vistazo por las inmediaciones y con los tiempos algo acotados, debimos desistir de ingresar allí en pos de dirigirnos hacia un lugar mucho más interesante. Era el momento de visitar el Museo Nacional de Corea, un edificio tremendamente moderno (como casi todo el país) y, mejor todavía, con entrada gratuita.
Como la colección del museo se centraba mayoritariamente en la historia, arte y cultura del mundo “oriental” (pero sobre todo por producto de mi ignorancia,) cada cuadro, escultura o pieza de orfebrería me resultaba tan hermosa como ajena.
Estamos tan bombardeados por todo aquello proveniente del mundo “occidental” que pareciera que en el resto del mundo nunca hubieran surgido genios, poetas, pintores, escritores, cineastas, bailarines, escultores, filósofos, actores ni activistas.
Y la verdad es que me da bronca, porque nos estamos perdiendo de una riqueza cultural igual o mejor a la que nos tienen acostumbrados, pero a la que, afortunadamente y gracias a la tecnología, hoy es más fácil acceder.
Con la tarde en todo su esplendor, nos dimos cuenta de que era momento de regresar al hotel a por nuestras valijas.
Minutos más tarde nos reencontraríamos con el larguísimo tren de regreso al aeropuerto para contar los segundos que nos separaban de nuestra inminente travesía filipina. Pero como les dije, eso quedará para otro momento…
Manu me sumerjo siempre en tus descripciones y fotos con la misma sensación de goce estetico imborrable.
Gracias por tan poética loa!!
Abrazo Chalo!