¡Hacia Puerto Princesa!

¡Hacia Puerto Princesa!

12 abril, 2021 0 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Me quiero quedar para siempre…

Así como llegar a El Nido nos demandó 6 temerarias horas por las rutas filipinas, el regreso a Puerto Princesa no podía ser más que una réplica de aquella experiencia.

Como primer paso, cargamos nuestras valijas en el escaso espacio de uno de los tantos Tris disponibles y emprendimos un corto trayecto hacia la terminal de buses.

La verdad es que, considerando su destartalado aspecto, esas motitos acorazadas se la bancan bastante bien y son la forma más económica y rápida para este tipo de traslados.

Motito
El Tri Honda acorazado todoterreno

Ya en la terminal, nos subimos a una combi blanca cuyo conductor unilateralmente decidió demorar unos minutos la salida para capturar algún pasajero extra. Sin embargo, el plan no le funcionó a la perfección ya que partió con el rodado incompleto.

Nuestros compañeros de ruta eran una pareja de jóvenes estadounidenses con ideas políticas bastante controvertidas y un par de amigos israelíes de unos cuarenta y tantos muy macanudos.

Durante las primeras horas del viaje fuimos charlando con nuestros colegas de combi para conocer un poco más sobre ellos y sus lugares de origen. Por una cuestión etaria, arrancamos entablando la conversación con los estadounidenses.

Pero, conforme profundizábamos el diálogo, su fascinación por las armas y su inquebrantable defensa de Trump como presidente hicieron que los silencios incómodos orientaran nuestro interés hacia los israelíes.

Kobi y Aaron eran dos amigos de toda la vida que se habían propuesto como filosofía de vida dedicar por lo menos un mes del año a compartir un viaje juntos. Kobi estaba retirado y era un entusiasta del ciclismo mientras que Aaron tenía un restaurante y su pasión por la comida lo acompañaba a todos lados. Me refiero a que siempre llevaba consigo un sinfín de bolsitas con todo tipo de snacks: frutas deshidratadas, nueces, almendras, etc.

Entre charla y charla, comencé a sentir un poco de mareo al que no le di mucha importancia… al principio. Con el correr de los minutos me percaté de que tanta curva, sube y baja rutero estaban comenzando a hacer estragos en mi estómago. Para mis adentros fustigaba mi conciencia por no haber ingerido un Dramamine preventivo.

Con el sudor frío bajando por mi espalda, me vi forzado a dejar de hablar para concentrarme en conservar el desayuno en su lugar mientras trataba de mantener un ritmo respiratorio constante y sereno.

Cuando estaba a nada de pedirle al chofer que se detenga para salir y hacer un zafarrancho, me avisaron que en breve haríamos una parada técnica para ir al baño y almorzar. Con una concentración digna de un budista tibetano, me mentalicé para sobrellevar la situación esos minutos y llegar intacto al restaurante.

Apenas puse un pie en tierra firme sentí una fresca brisa que, cual bálsamo, me rescató de regreso al mundo de los vivos. Tras deambular unos instantes por las inmediaciones del lugar me sentí plenamente recuperado para disfrutar de un liviano almuerzo.

En honor a la verdad he de confesar que también me clavé un helado de postre demasiado tentador como para dejarlo pasar. Ya sé, calavera no chilla.

Helado
Usted no aprende verdad...

Durante el último tramo del recorrido hacia nuestro destino Aaron se la pasó ofreciendo a mansalva las delicias de sus bolsitas al son de “Take it! It is good for you!”. Era tal la buena onda que se había generado que arreglamos para ir a cenar esa misma noche por el centro de la ciudad.

Al llegar a Puerto Princesa, la combi nos depositó en la puerta del Empire Suites, ubicado sobre la avenida principal llamada Rizal, que con su moderna arquitectura nos dejó por demás satisfechos… al principio.

La habitación era bien grande, el baño estaba impecable, la cama era un sueño y el silencio encantador. Lo único que no cuadraba con la perfección de nuestros aposentos fueron las dos cucarachas voladoras tamaño industrial que se precipitaron sobre mi persona al querer correr la cortina.

Con más reflejos que un espejo, les apliqué un drive fulminante a una y un revés devastador a la otra los que fueron secundados por el merecido vitoreo de mi novia.

EmpireSuites
Empire Suites Hotel, última morada filipina

A la hora señalada, nos reencontramos con nuestros nuevos amigos israelíes, y con la bien recibida ausencia de los no tan amigos estadounidenses, y fuimos hacia un restaurant al aire libre muy bonito llamado Kinabuchs.

El lugar estaba ambientado con hileras de focos de luz colgantes sobre las mesas y un escenario listo para la presentación acústica de algún artista local. La noche se prestó ideal para una cena muy amena matizada por los trucos de magia matemáticos de Aaron, las burlas de Kobi y el regalo de unos alfajores típicos de nuestra tierra.

Entre anécdotas y curiosidades de cada país, yo me encargaba de liquidar bocado a bocado una carne de cocodrilo adobado que acertadamente había ordenado.

Cocodrilo
Croc adobado en leche de coco en Kinabuchs
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Nuestra primera mañana en la ciudad amaneció bastante nublada y, dado que no teníamos una excursión programada, decidimos recorrer un poco la ciudad. Ya desayunados, comenzamos por el museo de Palawan, el cual se vislumbraba bastante venido a menos.

Los dos pisos del museo eran una mescolanza de exposiciones que incluían piezas arqueológicas de varios siglos A.C., pinturas y esculturas de artistas locales, restos fósiles de vida marina, algún que otro bicho taxidermizado y hasta finas artesanías de antiguas dinastías chinas. Todo estaba dispuesto sin mucha atención por lo estético o por el cuidado que tales artículos se merecían.

Plato dinástico
Plato dinástico
Pangolín
Pangolín petrificado
El Hendrix de Palawan
El Hendrix de Palawan

A poco de salir de allí, un tremendo aguacero se suscitó sobre nosotros dándonos apenas tiempo para refugiarnos bajo el techito de un taller mecánico perdido al costado del camino. Tras media hora de ver la lluvia caer, un hiato en el mal clima nos permitió retomar la senda turística hacia la blanquiceleste catedral de la Inmaculada Concepción.

Lluvia
Se largó con todo

La catedral nos recibió con una impecable fachada gótica y un interior avezado a recibir incontables devotos. No obstante lo cual, en esta ocasión estaba mayormente habitada por unos andamios producto de los trabajos de restauración a los que estaba siendo sometida.

Catedral Puerto Princesa
Inmaculada Concepción
Catedral Puerto Princesa
La verdadera Reforma

El siguiente paso fueron las vecinas ruinas de Plaza Cuartel, una antigua base militar de la Segunda Guerra Mundial tristemente célebre por haber sido escenario de una auténtica masacre en la que casi 150 soldados estadounidenses fueron incinerados a manos del ejército japonés.

Hoy devenido en parque público, una serie de paneles ubicados sobre los senderos con vista a la bahía de Puerto Princesa dan una idea del rol que tuvo la ciudad durante aquel oscuro periodo de la historia de la humanidad cuya cicatriz no parece terminar de cerrar jamás.

Plaza Cuartel
Plaza Cuartel
Plaza Cuartel
Algo de la decoración interna

Lo parco del clima no colaboraba en insuflarnos un espíritu muy aventurero. Por ello nuestra última actividad del día consistió en recorrer la costanera de la ciudad que servía de sostén para un mercado local totalmente desierto. En definitiva, un primer día que sirvió para tener un pantallazo de nuestra última ciudad filipina.

Costanera
Una nublada costanera en Puerto Princesa

No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Mi 2ª Maravilla Natural: el Río subterráneo

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