La joya del Danubio

La joya del Danubio

8 diciembre, 2023 0 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Mañana suburbana y tarde céntrica

La fraternal travesía europea iniciaba su fin y la última posta del recorrido sería ni más ni menos que la mítica Budapest, la joya del Danubio. Como para no perder la costumbre, nos tomamos el enésimo tren del viaje con servicio puerta a puerta Bratislava-Budapest.

Al igual que en la ciudad anterior, al bajar de la estación palpamos un ambiente bastante más descuidado respecto de sus vecinos igual de europeos pero más “occidentales”. La estación de trenes Keleti quedaba a unas convenientes 8 cuadras del hotel, trayecto en el cual me sorprendió el álgido movimiento de la ciudad.

Tránsito, bocinazos, gente yendo al trabajo, calles en reparación, andamios en las veredas y hasta un “Metrobus” húngaro en construcción me proyectaron una imagen muy parecida a mi Buenos Aires querida.

Llegada
Primeras impresiones de Budapest

Tras unos pocos minutos bajo el sol abrasador, llegamos al moderno Atrium Fashion Hotel. Si bien su nombre puede sonar pomposo, el lugar era un 3 estrellas pero con decoración vanguardista… y desayuno incluido!

La habitación doble, a la que se le sumo un cuasi catre, iba a tono con el lobby. La mesita y el sillón individual allí presentes hubiesen sido un agradable aditamento de no ser por lo ajustado de los espacios. De cualquier forma, a esta altura del partido, con que hubiese 3 colchones era suficiente.

Tras acomodar los bártulos, salimos a patear la calle en busca de un barcito para comer algo sencillo y escapar del intenso calor. Reconozco que no me esmeré demasiado en buscar algo típico en el menú y me contenté con una hamburguesa con papas fritas que estaba para chuparse los dedos.

hotel budapest
Casa chica y corazón grande

Con el estómago lleno comenzamos oficialmente nuestro tour por la capital húngara desde Pest y cruzando el Danubio hasta Buda. Para ello emprendimos un tramo recto por una avenida doble mano con tres cambios de nombre a saber: primero Rákóczi, luego Kossuth Lajos y finalmente Szabad sajtó.

Esas 15 cuadras con el calcinante sol de frente que nos demandó llegar al puente Elizabeth presentaron una seguidilla de edificios tan antiguos como hermosos. Con un estilo heredado de sus épocas como parte del imperio Austrohúngaro, las fachadas del lado de Pest eran realmente hermosas.

Alguna estatua por aquí y una escultura por allá condimentaban las veredas pero cuyo atractivo lejos estaba de las simpáticas obras de bronce desperdigadas por el centro de Bratislava.

Paseo
Esquina pituca
Paseo
Hermosa arquitectura
Paseo
¡A cruzar el Danubio!

Superado el ya recurrente Danubio, desembocamos en la verde colina Gellért que se distingue por su enorme Estatua de la Libertad que nada tiene que ver con la estadounidense.

Este monumento de casi 40 metros de altura fue erigido en 1947 conmemorando la liberación de Hungría por parte de la Unión Soviética al final de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, la pasamos de refilón ya que nuestra atención estaba enfocada en el icónico y majestuoso Castillo de Buda, algunas cuadras al norte.

Gellert
Colina Gellért en Buda

Me hubiese encantado visitar cada rincón de la ciudad pero hay que tener en cuenta 2 cuestiones: nuestra estadía en Budapest iba a ser de tan solo 2 noches y, al ser el final de nuestro viaje, las energías ya no eran las mismas.

Me resultó sorprendente la diferencia entre el carácter urbano y bullicioso de Pest y la tónica turística y pacífica de Buda. Las calles de este lado de la ciudad parecían estar reservadas para el paseo y la recreación; en Buda todo estaba más prolijo y mejor conservado.

Castillo Buda
Todo más prolijo del lado de Buda

Luego de unos minutos de caminata paralela al río, llegamos a la base del castillo… ahora, a subir se ha dicho. Si bien por unos pocos euros un mini teleférico te dejaba en la cima, nosotros decidimos comenzar nuestro ascenso a pie, como corresponde, en el km 0 de Budapest.

Además de recorrer los bonitos e inclinados senderos frondosos hacia la cima, pudimos retratar las hermosas panorámicas de la ciudad con cada metro alcanzado. Desde las alturas todo se ve mucho mejor…

Km 0
Km 0
Vista desde Buda
Postal mirando a Pest
Vista desde Buda
La joya del Danubio

Una vez estuvimos a las puertas del castillo, ingresamos para ver de qué se trataba y descubrimos que el recinto funcionaba como un museo dedicado al arte húngaro. No obstante lo cual, en ese momento estaba en exposición una muestra de la famosa artista mexicana Frida Kahlo.

Honestamente, no estábamos con ganas de maravillarnos con las delicias del arte húngaro y, por otro lado, era la segunda vez que mi hermano menor visitaba aquel lugar.

Por lo tanto, no hubo mayor debate para resolver que un mero paso por el gift shop en busca de lápices iba a ser toda nuestra intromisión en el pintoresco castillo.

Castillo de Buda
Frida Kahlo en el castillo de Buda. Ni nos vimos

Además, las terrazas y caminos que circundaban la fortaleza se prestaban inmejorables para recorrerlas. Con la estatua del Príncipe Eugenio de Saboya cómo punto de partida, fuimos de aquí para allá admirando esta fantástica obra de arte arquitectónica y sus alrededores.

Incluso tuvimos la suerte de toparnos con una pareja de novios prontos a casarse en plena sesión fotográfica para su boda. Obviamente, eran el centro de todas las miradas pero no demostraban ni un ápice de incomodidad.

Era casi imposible no quedarse apreciando las vistas de la ciudad desde ahí. El infinito Danubio brindaba generosamente sus anchos márgenes para dar vida a la pujante Budapest y esta no dudaba en aprovecharlo al máximo.

Castillo de Buda
El monumento ecuestre anfitrión
novia
La novia haciendo el "book"
Vista de Pest
Y otra postal de la ciudad...
Logo

Si bien la visita al castillo de Buda venía siendo un éxito, unos metros más al norte y a mayor altura encontraríamos otra de las joyas del lugar: El Bastión de los Pescadores.

Este mirador de fines del siglo XIX y representado por 7 torres de cúspide cónica recibe su nombre de los pescadores encargados de defender las murallas de la ciudad durante la Edad Media. Y gracias a esos pescadores, nosotros íbamos a poder darnos el lujo de conocerlo.

Previo a comenzar nuestra visita, coincidimos azarosamente con un cambio de guardia en un edificio gubernamental. Más allá de lo estricto de su coordinación y rigidez, me dio mucha pena por los soldados que debían estar ahí parados por horas con el sol carcomiéndoles cada célula de la piel. Al menos les habían dado anteojos…

Guardia
Firmes como rulos de estatua

Para llegar al mirador, comenzamos subiendo unas escaleras de un pasaje que bien podría haber salido de un monasterio del Medioevo. Una vez arriba, el blanco de las torres, las galerías con vista al río, las escaleras de piedra y el suelo adoquinado hacían del Bastión de los Pescadores un lugar fascinante.

Como para hacerle competencia al saboyano del castillo, aquí teníamos otra estatua ecuestre del icónico primer rey de Hungría: Esteban I. No confundir con el 23° Papa de la Iglesia católica por favor!!!

Escaleras bastión
Stairway to heaven
Bastión de los pescadores
Ese gótico que me puede...
Bastión de los pescadores
Un lugar tan hermoso como concurrido

Cuando creía que este lugar no se podía poner más lindo, volteé la mirada hacia la magnífica Iglesia de Matías. Fueron su cautivante estilo gótico y su altísima torre los que me llevaron a retroceder varios pasos para poder apreciarla en toda su magnitud.

La doble cruz, tan característica de estas latitudes, plasmada en una amosaicada decoración de una de sus torres menores parecía estar estratégicamente dispuesta para contemplar el encanto de infinitos atardeceres.

Como antesala de la iglesia, encontramos la ya ubicua estatua de la Santísima Trinidad construida para conmemorar la famosa peste de 1709. Era la misma que vimos en Linz, Viena y Bratislava; se ve que las vendían al por mayor.

Iglesia de San Matías
La altísima Iglesia de San Matías
Columna de la peste Budapest
La última columna de la peste del viaje

Con el sol descendiendo la cuesta del firmamento, emprendimos nuestro regreso a casa no sin antes pasar por un par de atracciones características de Budapest. Por una cuestión de cercanía, el Puente de las Cadenas, por siempre custodiado por leones y sostenidos por el inquebrantable metal de sus tirantes, se presentó ante nosotros.

Cruzar el puente más antiguo de la ciudad era menester para regresar a la ruidosa Pest, pero también lo era detenerse a mitad de camino para admirar la grandeza del Danubio y sentir la eterna brisa compañera en nuestras caras.

Puente
El mítico Puente de las cadenas
Puente
Y una vista transversal al amigo Danubio

Al final del puente, tras la colorida plaza Szechenyi, el suntuoso hotel Four Seasons se jacta de su privilegiada ubicación. Pero más interesante, para mí al menos, resultó la imponente y vecina Academia Húngara de Ciencias.

Otra de las maravillas arquitectónicas que embellecen esta ciudad es la Gran Sinagoga de Budapest, la segunda sinagoga más grande del mundo únicamente superada por el Templo Emanu-El de Nueva York.

Four seasons
Four Seasons de pasada
Academia
Aguante la ciencia
Mezquita
LA sinagoga

Vuelvo a recalcar que ya estábamos en modo “fin de viaje” por lo que mucho del atractivo de la ciudad lo admiramos un poco al paso. Lo que sí disfrutamos a pleno fue una soberbia merienda en el pintoresco Café Gerbaud.

Ahí sí que no tuve pudor en desquiciarme con cada centímetro de mi Karamel aszalt szilva kehely que entró en la categoría de “acá la quedo”. Lo cierto es que esta grotesca copa de helado, cremas, caramelo y frutos secos me duró menos de lo que el “huevo” Toresani le hubiese durado a Maradona en Segurola y Habana 4310, séptimo piso.

Gerbaud
El clásico Café Gerbaud
Gerbaud
I´m not even sorry...

Como se imaginarán, después de tamaña ingesta de innecesarias calorías y de estar caminando todo el día, el cuerpo pedía por favor unos instantes de descanso en el hotel. No me quedó otra opción que acceder a su requisito y repostar un par de horitas.

Luego de una necesaria ducha despabiladora, salimos a recorrer la noche aquincense que se anunciaba mucho más activa que las de sus predecesoras ciudades europeas.

La juventud en las calles era patente y la tónica entre picante y trashera nos llevaron a deambular por las oscuras calles.

No faltó el ofrecimiento por parte de desconocidos de alguna que otra sustancia recreativa, de esas que te suben y de las que te bajan; pero todo siempre con respeto.

Como los famosos bares de ruinas estaban estallados, debimos conformarnos con un par de cervezas en el húmedo y deteriorado sótano de un bar de mala muerte.

La noche de Budapest tiene movida. La noche de Budapest es joven. La noche de Budapest está rota. Pero no lo veo como algo malo, después de todo, es el tipo de noche a la que uno está acostumbrado… a los 20 años.

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