El 2018 comenzaba a desperezarse cuando en su primera mañana emprendimos nuestro viaje de luna de miel hacia ese continente tan misterioso y cautivante: África.
La semana previa estábamos algo preocupados por quedarnos dormidos o por no encontrar taxis que nos lleven a aeroparque. Atento a ello, resolvimos pasar fin de año con parte de la familia en casa y contratar un remís de antemano con servicio puerta a puerta.
Dicho sea de paso, esa mañana, meramente por curiosidad, pispeé Uber para ver qué tanta disponibilidad tenía un 1° de enero. La verdad es que autos sobraban y no me hubiera fallado.
LATAM sería la encargada del primer tramo del viaje hacia San Pablo (de ahí que partiéramos desde el aeroparque Jorge Newbery). Guarulhos es un aeropuerto con una incógnita cada vez que nos pone cara a cara y no pareciera tener intenciones de cambiar.
Las escalas cortas pueden convertirse en una carrera por el oro olímpico en pos de llegar a la puerta correspondiente. Eso sí, siempre y cuando se puedan descifrar algunos de sus pasajes pobremente señalizados.
Pero me estoy quejando de más ya que este no fue el caso. Solo estuvimos un par de horas y el único momento de tensión fue cuando escuché mi nombre por el altoparlante del aeropuerto sentado frente a la “Gate” correspondiente.
Al acercarme al mostrador, me comunicaron que era para chequear que tuviera la vacuna contra la fiebre amarilla al día a lo que amablemente les correspondí mostrándoles mi cartoncito amarillo con todos los sellos y firmas pertinentes.