Me quiero quedar para siempre…

Me quiero quedar para siempre…

19 diciembre, 2020 0 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Unas Filipinas más playeras

El día siguiente, soleado como esperábamos, arrancaba como un calco día anterior. De pie cual soldados en la puerta de la empresa de tours estábamos esperando para subir a nuestro barquito de madera que tenía 4 nuevos destinos para nosotros.

En primera instancia partimos al sur hacia la Pinagbuyutan Island cuyas palmeras y césped al ras del suelo la mostraban como un lugar ideal para construir una casita, colgar una hamaca paraguaya y ver los días pasar.

Pinagbuyutan
La playa perfecta
Pinagbuyutan
Parece un fondo de pantalla

A esta altura ya sería redundante mencionar el agua turquesa, la arena blanquísima y los gigantescos pedazos de piedra haciendo equilibrio sobre su base en retirada producto de la erosión del oleaje. A fin de evitar repetirme, sepan que esos elementos estaban presentes en cada isla en la que desembarcamos.

Siendo una isla tan bonita como las anteriores, me llamó la atención lo despoblada que se encontraba (al menos eso percibí desde mi ubicación). Sin embargo, esa soledad la ungía de un atractivo peculiar para mí.

Me daba la sensación de estar perdido en el paraíso cual náufrago que alcanza las costas de una isla perdida del Caribe. La diferencia con el náufrago es que yo no estaba obligado a luchar por subsistir.

Pinagbuyutan
Como me dijo un amigo: "Hombre mirando al sudeste... asiático"

Para bien o para mal, poco tiempo pude abstraerme en mi fantasía por culpa del llamado del capitán instándonos a abordar en busca de nuevos horizontes. En esta oportunidad, tocaba ir en busca de la Cudugnon Cave, una inmensa cueva incrustada sobre las costas de Palawan con la particularidad de permitir el pasaje de algunos rayos de sol.

Otrora lugar de entierro de antiguos pobladores, la cueva se caracterizaba por ser un importante sitio arqueológico. Bajo su superficie se hallaron desde artefactos como vasijas y joyería hasta huesos humanos.

Cudugnon Cave
Cudugnon Cave...
Cudugnon Cave
...donde la luz pide permiso

Por otro lado, más acá en el tiempo, la cueva funcionó como refugio para los lugareños que trataban de escapar de las amenazas de la Segunda Guerra Mundial. Es increíble cómo la guerra se filtró en los lugares más recónditos del planeta. Ni hablar de aquellos que destruyó totalmente para dejarlos únicamente como un recuerdo de los libros de texto.

Más allá del contexto antropológico de la cueva, me resultaban mucho más atrapante las formas casi artísticas de las paredes, sus líneas imposiblemente curvas y la multiplicidad de escondrijos que convocaban a su exploración.

Así como los vitrales le otorgan un aspecto único a una catedral, los rayos del sol filtrándose desde arriba le conferían a la cueva un semblante entre místico y cautivante.

Cudugnon Cave
Era como estar un en juego de Tomb Raider
Cudugnon Cave
Roca derretida

Una vez fuera, me percaté de lo fresco que estaba allí adentro. Prontamente comenzaría a extrañar esa frescura ante el inevitable avance del sol hacia su cénit.

Pero el show debía continuar y el siguiente paso era la Snake Island, una isla que, cuando la marea lo permite, viene acompañada de una gran franja zigzagueante de arena que toma la forma de una serpiente.

Arribados a la zona, anclamos en el banco de arena, descendimos y paseamos a través de un agua que no superaba la altura de nuestras rodillas. El tiempo que le dedicamos a ir de aquí para allá a través del viperino pasaje fue a su vez aprovechado por la tripulación para preparar un almuerzo digno de un restaurante laureado con varias estrellas Michelin.

Snake Island
Vista de la Snake Island

Creo que mi corazón pegó un saltito al ver tal banquete y lo delicado de su presentación. El menú ofrecía cerdo, pollo, mejillones, langostinos, pescado, 4 ensaladas diferentes, salsas para aderezar, sandía, bananas, ananá, naranjas y… arroz.

Imagínense el placer de estar degustando tanta variedad de alimentos frescos rodeados de paisajes paradisíacos. El tour podría haber concluido allí y yo me hubiera dado por satisfecho así sin más.

Almuerzo en Snake Island
¡¡¡Un despelote de almuerzo!!!
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Ahora bien, hace rato que vengo hablando de la playa, de la roca caliza y del agua límpida, pero poco les hablé de la fauna marina. Y es aquí cuando, a mitad de camino hacia nuestra última parada del día, nos detuvimos al reparo de la sombra de un risco para sumergirnos equipados con antiparras y practicar algo de snorkel.

Dada la profundidad inferior a los 3 metros, ni bien hundí la cabeza pude presenciar los coloridos y multiformes corales tapizando el lecho marino. Es más, uno de ellos tenía su superficie tan acanalada que su aspecto bien podría haberse mimetizado con las nervaduras de un cerebro gigante.

Snorkel
Listos para zambullirse
Snorkel
Admirando los paisajes subacuáticos

Mientras veía a los peces nadar a nuestro alrededor, mi novia me señaló una anémona bajo nuestros pies que no despertó en mí mayor interés. No obstante, lo que ella me estaba marcando eran los huéspedes del cnidario: un cardumen de peces payaso que se inmiscuían entre los tentáculos de su anfitrión.

Fue tal mi sorpresa que no pude evitar llevar mis manos a la cara como tratando de apaciguar un poco mi sonrisa. Aquel grupo de simpáticos primos hermanos de Nemo me maravilló con sus vívidos colores naranja, negro y blanco. Pero más hermoso se sintió el poder presenciar tan hermosa porción de naturaleza deambulando libremente en su hábitat.

Mientras admiraba los colores de las profundidades, un inoportuno pinchazo en mi pierna me llamó la atención. Al girar sobre mí para ver de qué se trataba, me percaté de un pequeñito pez flotando a un metro mío con sus ojos saltones clavados en mi humanidad.

En ese instante caí en la cuenta de que, casi por un inevitable designio kármico, acaba de ser víctima de la ferocidad del Chocolate Fish. Se imaginarán que tal hecho fue festejado en silencio por mi novia quien no pudo evitar una merecida sonrisa socarrona.

Snorkel
Arriba del bote la fauna marina no me ataca

El final del paseo tuvo lugar en la Entalula Island que, si bien hermosa, poco pudo hacer frente a la vasta belleza natural presenciada hasta el momento. Creo que ya nos habían mal acostumbrado a creer que todas las playas eran perfectas. Faltaría a la verdad si les dijera que, hasta entonces, ese no hubiera sido el caso.

Entalula
Entalula island
Entalula
Las formas de la naturaleza

Luego de dos días surcando los mares filipinos en busca de los tesoros naturales que tenían para ofrecer, optamos por pasar nuestra última jornada en El Nido repitiendo la visita a la playa Las Cabañas.

Nos dedicamos a disfrutar de pleno descanso, algo de frisbee y algunos jugos exprimidos de naranja a sabiendas que al día siguiente nos esperaba un largo trecho hacia nuestra última posta filipina.

Cabañas
Y un poco de relax para despedirnos de El Nido

Tan solo 4 jornadas en El Nido bastaron para hacernos entender por qué era un destino tan codiciado por el turismo. Daba la sensación de que uno podía agarrar un barquito y zarpar sin rumbo fijo con la seguridad de arribar a una isla paradisíaca.

El Nido y sus alrededores nos mostraron una belleza extraordinaria la cual espero pueda mantener ajena al creciente y amenazante turismo. Por lo pronto tuve el privilegio de ser testigo de sus hermosos paisajes los que quedarán anclados en mi memoria por siempre.

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