Finalmente, tras casi 2 horas de vuelo, llegamos al aeropuerto internacional Hosea Kutako en Windhoek, la capital de Namibia.
Una vez descendidos del avión, era el momento de enfrentar uno de los momentos cruciales de esta aventura africana: ingresar al país. Para ello debía presentar las visas que había tramitado desde Argentina vía embajada de Namibia en Brasil. Mi ansiedad llegaba al pico…
Al llegar al mostrador de migraciones, nos atendió una señora que estaba comiendo unas papas fritas, con la mejor cara de “Quiero estar en casa viendo Netlfix”. Al recibir nuestros pasaportes nos indicó, más con la mirada que con palabras, que nos dirigiéramos hacia una oficinita cercana a fin de corroborar si nuestros papeles estaban en regla.
Dentro de aquella oficina de paredes de cristal, había dos empleados del aeropuerto conversando lo más despreocupados, como si estuvieran teniendo una charla de amigos en un bar.
Al entrar allí, sin ninguna intención de incomodarlos y casi que pidiendo permiso, saludamos y les dijimos que nos enviaba la señora del mostrador. Inmediatamente, uno de los dos se retiró a sus tareas dejando al otro libre para realizar las suyas.
Tras un breve análisis de los papeles que le entregamos, el señor nos llenó el pasaporte con sellos de un color púrpura. Con el estampado de cada sello yo me sentía cada vez más seguro de mi victoria. No sé bien por qué, pero me da la sensación de que una vez que vuelcan la tinta migratoria en mi pasaporte es una señal de que todo salió bien.
Grandiosa experiencia!!!! Felicitaciones!!!!
Gracias!! Y todavía falta lo mejor! 😀