Al primer bocado me di cuenta de que la situación iba a estar complicada, no solo por lo ardiente de la preparación, sino por su incisivo picante.
Dicen que cuando se come picante, no hay que pasarlo con agua, sino mezclarlo con pan pero lo más parecido que tenía a mano era el arroz. Traté de ir metiendo un bocadito de guiso y otro de arroz, otro de guiso y otro más grande arroz… hasta que se me terminó el arroz.
A contramano del frío exterior, adentro estaba sudando la gota gorda para tratar de terminar mi comida. Mientras batallaba con aquel enemigo de mi paladar, veía como un comensal vecino y local le entraba sin asco a una preparación similar.
Solo se detenía para secarse el sudor con una servilleta y luego continuaba embuchándose su cena con una velocidad admirable y algo intimidante, debo reconocer.
Muy a mi pesar, a mitad de camino me vi obligado a abandonar la lucha contra mi cena. Tal derrota quedará grabada como una mancha en mi expediente culinario y una cicatriz en mi orgullo.
Pero como dicen, soldado que huye sirve para otra guerra. Y este soldado se fue a dormir con el paladar desensibilizado y los ojos vidriosos… por el picante, aclaro.
Muy entretenido Manu!!
Gracias!!!
😀 😀 😀