Un centro histórico hermoso
Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Hacia el este, Bratislava
Entre tanto sube y baja, sumado a nuestro reciente arribo a la ciudad, era momento de bajar un cambio. Para ello fuimos a Koun, una de las heladerías más famosas de Bratislava donde amenizamos la tarde con unos conitos de sabores gourmet.
En el catálogo de gustos destacaban la torta Pavlovova, el chocolate blanco con cereales, el chocolate y avellanas, el coco con naranja y la manzana con granada. En lo que respecta a helados soy bastante básico y nunca me alejo de las cremas, los dulces de leche y los chocolates. Y esta vez no fue la excepción.
Terminado el heladito nos sumergimos formalmente en el casco histórico de la ciudad comenzando por la plaza Hviezdoslav. Si bien esta plaza/peatonal tiene su origen en el monumento a la peste, nosotros la enganchamos a la altura de la estatua de Pavol Országh Hviezdoslav (se ve que el semillero de poetas eslovacos no es joda) y desembocamos en el Teatro Nacional Eslovaco.
Aunque no es muy extensa, esta calle está repleta de vida social, artistas callejeros, negocios, decoraciones florales y edificios históricos en sus márgenes. Entre tanto atractivo visual se destacó uno sonoro que me llevó a detenerme para observar cómo una chica descocía una marimba interpretando el Verano de Vivaldi.
Al chocarnos con el Teatro Nacional, giramos a la izquierda en dirección hacia la zona del ayuntamiento y en el camino dimos con una de las tantas simpáticas estatuas desperdigadas por la ciudad.
Me refiero al Čumil, un hombre de bronce saliendo de una alcantarilla en plena vereda y sorprendentemente real al primer golpe de vista. De hecho, es una de las atracciones más fotografiadas de Bratislava y a veces tenés que esperar tu turno para inmortalizarte en compañía del señor de las cloacas.
Otras de las graciosas esculturas del paisaje citadino son el Paparazzi, el Schöne Naci, el Soldado Napoleónico, el Soldado en su garita y hasta una dedicada al genial Hans Christian Andersen.
Con los ojos bien abiertos, para no saltearnos ninguna, llegamos a la plaza Hlavné circundada por edificios notables como el Ayuntamiento, el palacio Miestodržiteľský, el palacio Palugyayov y el palacio Jesenákov. Uno más lindo que el otro…
En el centro de la plaza (y desde 1572) está emplazada la fuente Maximiliano donde una escultura del Rey de Hungría Maximiliano II se eleva por sobre el resto de los mortales.
Mientras nos sacábamos fotos con todas estas estatuas, fuentes y edificios, no pudimos evitar divisar un escenario dispuesto a las puertas del ayuntamiento. Los espectadores buscaban cuanta silla libre hubiera para presenciar un espectáculo que parecía prometer.
Con el sol emprendiendo su lenta retirada, un grupo de niños y niñas de no más de 12 años, precedidos por su director (de más de 12 años), se fue acomodando en el escenario.
Cada uno llevaba consigo un instrumento que en más de un caso superaba el tamaño de su ejecutor.
Por lo que pude entender de los banners publicitando el evento, el show formaba parte de un intercambio cultural ente China y Eslovaquia. Ahora bien, luego de escuchar el primer compás resultaba difícil creer que esa música estuviera siendo interpretada por infantes.
La precisión, el sonido, el volumen estaban ensayados a la perfección. Por nuestro lado, estábamos agradecidos por nuestra suerte que nos permitió coincidir con un recital de música oriental de primer nivel… en la capital de Eslovaquia.
Luego de 3 o 4 piezas de exquisito deleite para nuestros oídos, resolvimos continuar investigando las entrañas del casco histórico de la ciudad. Como tantas ciudades de Europa, el mero hecho de caminar por la calle es un espectáculo en sí, al menos desde lo arquitectónico.
Cualquier museo, cualquier iglesia, cualquier edificio gubernamental es un poema. Fue así que, frente al palacio Primaciálny, encontramos un par de bicicletas de esas antiguas con la rueda delantera gigante y la trasera diminuta.
Ambas estaban adheridas al suelo y eran tan solo un atractivo más de la ciudad. Pero mi hermano mayor no íbamos a perder la oportunidad de subirnos para la foto, obviamente. Dos grandulones digamos…
Ya que estábamos allí y que no había una reja o valla que nos lo impidiera, nos adentramos al patio central del palacio Primaciálny solo para descubrir que era tan hermoso por fuera como por dentro.
En el centro del patio encontramos la fuente de San Juraja donde una escultura de piedra del siglo XVII describe al santo en cuestión a caballo partiéndole la mandarina en gajos a un dragón de tres cabezas que se retuerce ante su irrevocable y fatídico destino.
Con el sol pegando bastante de costado tuvimos que empezar a concluir nuestro primer día en Bratislava. Dado que quedaba relativamente de paso hacia el hotel y porque era uno de los destinos apuntados desde Buenos Aires, elegimos a la Iglesia Azul como última visita del día.
Ya fuera del casco histórico, las fachadas de los edificios y las calles estaban esperablemente más deterioradas. Aun así, esta parte de la ciudad tenía un atractivo bien particular que me hizo recordar a nuestro paso por Bruselas.
Muchas paredes de edificios estaban decoradas con increíbles grafitis que las hacían sobresalir respecto de sus vecinas. Imágenes entre psicodélicas y figurativas, colores vibrantes y hasta interacción con el propio “lienzo” de piedra eran la tónica de estas verdaderas obras de arte.
Finalmente llegamos a la solitaria Iglesia Azul (o Iglesia de Santa Isabel) cuya fachada art nouveau no deja mucho lugar a interpretaciones en relación al porqué de su nombre. Aunque si nos ponemos puntillosos, diría que es más bien celeste.
La columna del campanario está coronada por la doble cruz también presente en la bandera del país (la cual representa a los dos santos más importantes del país: Cirilo y Metodio).
Además, tiene un reloj bastante moderno, desde mi punto de vista, para un edificio eclesiástico. No obstante, cabe señalar que es una iglesia muy joven habiendo sido erigida en los albores del siglo XX.
Por dentro los colores de tonalidad azul pastel se mantenían e incluso matizaban con algunos dorados. No había grandes vitrales y la ornamentación era bastante sencilla en comparación a la que el resto de Europa nos había acostumbrado.
La verdad es que me pareció un lugar bastante bonito y agradable como para cerrar un primer día bastante activo en la capital eslovaca. Casi como para diferenciarse del sacro recinto, el cielo ya estaba mutando su tonalidad celeste y acelerando su transición al azul oscuro.
Solo quedaría tiempo para picar algo por las inmediaciones del hotel y retirarnos a nuestros aposentos para descansar. Era menester que el segundo y último día de nuestra aventura eslovaca nos encontrara frescos para aprovecharlo al máximo.
No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Mañana suburbana y tarde céntrica