Un comienzo bien local

Un comienzo bien local

11 julio, 2020 0 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior “¿Pero qué hay en Tobago?”

Durante todo el trajín de salir a buscar otro lugar para pasar aquella primera noche, no podía dejar de pensar en el tour que teníamos reservado bien temprano al día siguiente. Encima, habíamos acordado que nos pasara a buscar por la puerta.

¿Cómo iba a hacer para encontrarnos? ¿Íbamos a poder avisarles de nuestro cambio de domicilio? ¿Usted es el rey de los mini super? ¿En serio? ¿Usted? En fin, todas esas dudas quedaron sepultadas tras la resolución del conflicto y con la llegada del amanecer.

Casa
Nuestro hogar por la mañana
Barrio
Con vista al barrio

Como bien les comenté, cerca de las 8 de la mañana siguiente pasó a buscarnos el enorme Wayne Kennedy en su camioneta junto con su asistente. Hechas las introducciones y antes de arrancar el día, Wayne nos contó que iba a ser imposible realizar una visita pactada a una plantación de cacao ya que se hallaba cerrada justo ese día.

Un poco a la defensiva, como queriendo evitar una estafa y susceptible por la noche anterior, lo acribillé con preguntas sobre cómo se podía reemplazar. Que si nos iba a hacer un descuento o si íbamos a regresar antes de tiempo, etc.

Ante tal batería inquisidora, Wayne me paró en seco con una parsimonia que ya parecía ser una cualidad intrínseca de los locales y me dijo: “Man, chill, you´re in Tobago”. En ese momento me di cuenta que tenía que bajar 20 cambios y empezar a disfrutar al ritmo isleño.

Lo miré con una sonrisa, como dándole la razón, y nos subimos a la camioneta que nos llevó en primera instancia hacia una lagunita para observar aves y algún que otro caimán chapoteando por ahí. Esa media horita contemplando la tranquilidad lacustre me bajó aún más las revoluciones y me dejó listo para continuar camino por la ruta atlántica hacia Scarborough, capital de Tobago.

Laguna
Como para arrancar tranca
Flores de laguna
Amanece el color de la laguna

Allí tuvimos la posibilidad de visitar el Fort King George, antiguo bastión defensivo de la época colonial. El fuerte estaba rodeado de cañones marcados con insignias reales francesas y británicas según fuera el invasor de turno. A su vez, un faro, un polvorín y un arbusto florecido con la forma de la isla completaban el asentamiento poseedor de una vista de privilegio hacia el azul profundo del océano Atlántico.

Fort King George
El pintoresco Fort King George
Pozo de agua
¡Con pozo de agua propio!
Cañón
Defendiendo la isla...
Insignia real
...en nombre del Rey

Saciada nuestra sed de fotografías, retomamos la senda costera hacia Roxborough, un pequeñito centro urbano que marca el punto de ingreso hacia las Argyle Falls. Tras pagar la entrada de rigor, caminamos no más de 20 minutos por un sendero de a ratos pedregoso y rodeado de selva hacia la hermosa cascada de Argyle. Por supuesto que ni dudamos un segundo en bañarnos en el pequeño laguito que se formaba al final del torrente.

A nuestro regreso, nos topamos con una de las aves más lindas que había visto en mi vida: el Trinidad Motmot. Con penetrantes ojos rojos y cubierta por plumas azules, verdes y negras fue la primera de tantas que nos tenía reservadas este paraíso de biodiversidad aviar.

Sendero
Sendero en la selva
Argyle waterfall
Cascada Argyle
Trinidad Mot Mot
Toda la hermosura del Trinidad Mot Mot

Se ve que tanto paseo y naturaleza junta nos despertó el apetito. Por ello, de regreso hacia Scarborough paramos en unos de esos puestitos callejeros cuya excelente calidad es conocida únicamente por los locales y que, como era de esperar, estaba repleto de clientela.

Dispuesto como una especie de mini buffet, se podía elegir un poquito de cada una de las delicias exóticas que desfilaban ante nosotros. En mi caso probé suerte con algo de cangrejo, un poco de callaloo (un menjunje de hojas y tallos en leche de coco típico del Caribe), unos dumplings de ya no me acuerdo qué y una pequeña ración de dasheen (una planta componente del mencionado callaloo).

Por su parte, mi novia prefirió no innovar y se contentó con un popurrí de cabra, arroz, frijoles y maíz. Eso sí, todo estaba tan bien condimentado como por quien conoce su oficio.

Callaloo
Cangrejo, callaloo, dumplings y dasheen. Más local que esto, imposible

Con nuestros suculentos platos en mano, nos sentamos en unos tronquitos desperdigados por la costa bajo el reparo de unas palmeras. Así nos entregarnos a los sabores caribeños que maridaban de mil maravillas con el romper de las olas a nuestros pies y el cielo diáfano bañando la Rockly Bay.

Como me había anticipado Wayne, para disfrutar de Tobago era necesario relajarse y amoldarse a sus tiempos. Ese desapego de los horarios realmente ayudó a que aquel almuerzo pudiera ser disfrutado como merecía.

Únicamente cuando hubimos concluido, y tras pasar unos instantes charlando, el momento para continuar recorrido cayó por decantación sin que nadie haya tenido que forzarlo con un “¿Vamos yendo?”.

Almuerzo
La mejor forma de disfrutar un almuerzo

Antes de regresar a Buccoo, cerca de Crown Point, nos desviamos por unos instantes del itinerario para conocer la cueva de Robinson Crusoe, en la que se cree que Daniel Defoe se inspiró para su famosísima novela.

Como era de tardecita, la marea seguía baja y nos permitió adentrarnos en aquella rocosa caverna con suficiente espacio como para imaginarla en la forma de refugio de un náufrago.

Cueva
Dos ambientes con cocina integrada...
Cueva
...y vista al mar
Logo

La verdad que para ser recién el primer día nos dejó más que satisfechos. Sin embargo, el calendario decía que era domingo y los domingos en Buccoo son los días elegidos para celebrar los Sunday School, una fiesta callejera típica en la que abunda la comida, los tragos y el baile.

Comenzada la noche, con mi novia nos acercamos para ver de qué iba todo esto. Ya de lejos se podían percibir las luces y el alboroto.

Lo primero que hicimos fue sentarnos a comer en unas largas mesas compartidas por locales y turistas en la que me di el gusto de hincarle el diente a una espectacular langosta al ajillo que me llevó un lustro en el tiempo hacía los dorados días en Costa Rica.

¿Me creerían si les digo que ese manjar de crustáceo no fue lo mejor de la noche? Ojo, estuvo increíble pero, mientras la estaba terminando comencé a escuchar un sonido muy particular que llamó mi atención.

Atraído cual Ulises por los cantos de las sirenas, me acerqué hacia el origen de aquella música tan agradable y caribeña para descubrir que era producida por un instrumento llamado steel pan.

Steel pan
Steel pan
Steel pan en acción

El steel pan es una especie de tacho de metal que puede adoptar diferentes tamaños y moldeado específicamente para producir música. Al golpear las diferentes partes de su interior es posible interpretar las notas musicales con un sonido dulce y metálico a la vez. A fin de lograr distintas tonalidades, algunos tachos tienen el tamaño de barriles de petróleo y suelen tocarse de a pares con la ayuda de unos palillos.

Instantáneamente quedé cautivo del steel pan. Su sonido es la mejor forma en la que el Caribe puede sonar. Y como si eso fuera poco, Trinidad y Tobago era el lugar de origen de tan hermoso instrumento haciendo de su sonido una parte integral de su cultura.

Balanceándonos con la hipnótica música de aquella orquesta de steel pan pudimos disfrutar la reversión de clásicos de Bob Marley, The Eagles y un sinfín de melodías más.

Aquellos sonidos levantaron de su silla a más de uno para perderse en el ritmo atrapante de esas hermosas armonías. Ahora sí, Tobago me había conquistado por completo.

No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Días de playa y noches musicales

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