Como bien les comenté, cerca de las 8 de la mañana siguiente pasó a buscarnos el enorme Wayne Kennedy en su camioneta junto con su asistente. Hechas las introducciones y antes de arrancar el día, Wayne nos contó que iba a ser imposible realizar una visita pactada a una plantación de cacao ya que se hallaba cerrada justo ese día.
Un poco a la defensiva, como queriendo evitar una estafa y susceptible por la noche anterior, lo acribillé con preguntas sobre cómo se podía reemplazar. Que si nos iba a hacer un descuento o si íbamos a regresar antes de tiempo, etc.
Ante tal batería inquisidora, Wayne me paró en seco con una parsimonia que ya parecía ser una cualidad intrínseca de los locales y me dijo: “Man, chill, you´re in Tobago”. En ese momento me di cuenta que tenía que bajar 20 cambios y empezar a disfrutar al ritmo isleño.
Lo miré con una sonrisa, como dándole la razón, y nos subimos a la camioneta que nos llevó en primera instancia hacia una lagunita para observar aves y algún que otro caimán chapoteando por ahí. Esa media horita contemplando la tranquilidad lacustre me bajó aún más las revoluciones y me dejó listo para continuar camino por la ruta atlántica hacia Scarborough, capital de Tobago.