Un final entre ópera y diversión

Un final entre ópera y diversión

5 noviembre, 2022 2 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Visita al museo Belvedere

El final de nuestra estadía austríaca nos amaneció con un cielo nublado y la imperiosa necesidad de no abandonar la ciudad sin antes conocer la mítica ópera de Viena. Tras un modesto desayuno partimos hacia el emblemático y céntrico edificio de sienes inundadas por el cardenillo.

Mientras buscábamos la forma más práctica para aprovechar nuestra visita, observamos un cartelito que anunciaba tours guiados en múltiples idiomas (español incluido).

Para nuestra sorpresa y satisfacción, el siguiente tour en español comenzaba en 15 minutos por lo que nos quedamos merodeando por las inmediaciones hasta su comienzo.

Aún maravillados por la perfección a la que nos mal acostumbró Austria, el guía local, que manejaba el español mejor que yo, nos acomodó en una fila con nuestros compañeros turistas. A unos pocos metros estaba la fila de quienes habían optado por el inglés, el chino, el japonés o el ruso.

Opera Viena
A la espera de nuestro turno para entrar

A la hora pautada iniciamos el recorrido por el fastuoso hall principal que desembocaba en una escalera alfombrada. Al final de aquella verde carpeta yacía una bifurcación que nos dificultaba elegir para qué lado seguir ya que, para donde miráramos, todo era increíble. Por suerte, la decisión recayó sobre el joven y, a la vez, experimentado guía.

Otro obstáculo que se nos presentó en nuestra incipiente visita fue el de congeniar cada paso dado con la vista clavada en el techo. A riesgo de tropezar, los arcos decorados, los balcones pétreos con apliques en oro, las esculturas de mármol y las luminarias de época me obnubilaron cual insecto que va hacia la luz.

Así y todo, recuerdo haberme llevado una leve decepción cuando nos dijeron que, como consecuencia de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y algún que otro incendio, solo el 10% del edificio era original. Casi todo lo que estaba observando fue reconstruido posteriormente, aunque con un gusto impecable debo añadir.

Opera Viena
Una obra de arte de la arquitectura
Opera Viena
Lo hermoso de mirar para arriba...
Opera Viena
...y su continuidad en arcos fantásticos

El paseo continuó por una de las confiterías internas del teatro dedicada a saciar las gargantas de los asistentes durante los intermezzos. La ausencia total de clientes me permitió apreciar ese piso de relucientes cerámicos en todo su esplendor.

Opera Viena
Como para tomar un café con leche y tres medialunas

A continuación, nos inmiscuimos en los pasillos que llevan hacia las butacas no sin antes echar un vistazo a la sala que antecede al palco real.

El tenor suntuoso de aquella habitación era palpable e incluso asequible. Al parecer, aquella sala (y su respectivo palco) podía ser reservado por cualquier mortal que tuviera los morlacos pertinentes, desde ya.

Opera Viena
La antesala del palco real

Tras un fugaz paso por otra confitería interna (con piso de madera esta vez), entramos formalmente al auditorio. Como quien no quiere la cosa, de repente estábamos sentados en las mullidas butacas del palco imperial dotadas de pantallas táctiles y de frente al escenario.

En esas mini tabletas se podía obtener información de la obra expuesta, agregarle subtítulos e incluso subscribirse al newsletter de la Ópera. Por supuesto que la vista desde aquella ubicación era inmejorable, tanto del escenario como de los palcos laterales, la platea, la fosa y la gigantesca lámpara central.

Opera Viena
La mejor vista
Opera Viena
La tablet-asistente

La siguiente posta de nuestro recorrido nos condujo hacia la fosa de los músicos desde donde tuvimos una vista más terrenal de la imponente circularidad de la sala. Si bien el telón del escenario estaba bajo, ello no fue impedimento para que pudiéramos acceder por una puerta lateral hacia la trastienda.

Opera Viena
El circular auditorio desde abajo
Opera Viena
Una luminaria de ensueño

Creo que lo que vi detrás de escena era tan o más impresionante que lo visto anteriormente, a su modo claramente. La cantidad de espacio, luces, andamios y trabajo que se realizaba en aquella zona era impresionante. De hecho, el área dedicada a esta parte superaba con creces a la destinada al escenario delimitado por la fosa y la escenografía.

Parecía que aquel era un mundo aparte donde el trabajo involucrado en la utilería, el diseño de los trajes y la carpintería iban a contrarreloj. La labor realizada a destajo en las sombras por todo el personal era indispensable para brindar un par de horas de satisfacción a un público hambriento de excelencia.

Opera Viena
La trastienda de la ópera
Opera Viena
La parte no glamorosa del telón
Logo

Fue allí donde terminó nuestra visita que se extendió por apenas una hora y que tuvo como corolario acercarnos 60 minutos hacia la siguiente posta del día: el parque Prater (o Wurstelprater)

Luego de una dilatada caminata a través del centro histórico de Viena, que incluso nos llevó a cruzar el ancho y verde Danubio, llegamos al mentado lugar. Su fundación en 1766, lo coloca como “cebollita” en la lista de parques de diversiones más antiguos del mundo tan solo detrás del Bakken ubicado en Dinamarca.

Siendo que las nubes matutinas habían optado por permanecer estoicas hasta el mediodía, decidimos almorzar en una casa de comida rápida de por ahí. Además, tanta marcha nos había despertado el apetito.

Aquel almuerzo en forma de hamburguesa con papa fritas tuvo un doble propósito: saciar nuestra voracidad y convencernos de que aquellas nubes estaban prontas a retirarse… y así fue.

Prater
La entrada al histórico parque Prater

Conforme avanzábamos hacia la entrada, ya podíamos pispear ciertas grietas en el entramado nímbico que filtraban algunos venerados rayos solares. En el ingreso, nos explicaron que la entrada al parque era gratuita pero que cada atracción tenía su costo particular.

Otra opción era la de adquirir un pase general que incluía varias atracciones. Pero, como no sabíamos bien qué tanto nos íbamos a desquiciar, dejamos pasar el ofrecimiento.

El parque por dentro era inmenso y contaba con todo lo que uno espera encontrar en un lugar así: una noria, múltiples montañas rusas, autitos chocadores, kermesse, casita del terror, kartings, un museo de cera y varios de esos “juegos” que te dejan suspendido a 20.000 metros de altura reboleándote de acá para allá.

Con una actitud salomónica, hicimos un popurrí de varias atracciones en consonancia con nuestros gustos e intereses. Sin embargo, a la hora de las montañas rusas les dije a mis hermanos: “Suban ustedes que yo los filmo de abajo”.

Prater
Las nubes desaparecieron para nuestro divertimento
Prater
¿A quién le puede gustar algo así?
Prater
El diablo te invita a subir...

Una particularidad de Prater la descubrimos cuando por sus callecitas internas vimos una gran esfera de madera con ventanas rodeada por un alambrado. Al recorrerla por su perímetro observamos un cartel que nos daba la bienvenida a la República de Kugelmugel.

Indagando en su teléfono con chip, mi hermano mayor nos informó que aquel pequeño espacio se trataba de una suerte de micro nación independiente dentro del territorio de Austria.

Al parecer, luego de que su fundador, y también artista, Edwin Lipburger tuviera algunos desencuentros con el gobierno austríaco respecto de ciertos permisos de construcción, el muchacho no tuvo mejor idea que independizarse en el año 1984.

Dato de color: Kugelmugel tiene más de 300 ciudadanos (aunque dudo de que todos vivan en esa casita) y su dirección es Antifaschismusplatz 2, que sería algo así como Plaza del Antifacismo 2. Un crack el pibe…

Kugelmugel
La esférica micronación de Kugelmugel

Entre las actividades allí presentes hubo una que destacó tanto por lo entretenido como por lo caro. Los amigos austriacos se habían armado una cámara gigante con un mega ventilador en el piso que recreaba una caída libre cual lanzamiento en paracaídas.

Básicamente entrabas al lugar, acompañado por personal capacitado, y empezabas a flotar como el payaso Pennywise en el gigantesco cilindro de vidrio. Mi hermano mayor, que siempre fue adepto a este tipo de actividades aéreas, se moría de ganas por probarlo.

Pero la ilusión le duró poco al averiguar que aquel ejercicio requería media hora de preparación previa (charla incluida), que estabas tan solo 2 minutos flotando y que toda la jodita costaba 50 euros. Además, estábamos de salida y la necesidad de adrenalina ya había sido bastante cubierta durante el ahora soleado día vienés.

Paracaidismo
Flotando por un breve y costoso periodo de tiempo

Ya promediando la tarde, nos retiramos del parque enfilando en dirección sur hacia otro punto turístico relevante de Viena: la Hundertwasserhaus. Ideado como un complejo de residencias municipales, este micro barrio nos sorprendió por sus fachadas ondulantes y coloridas al mejor estilo Gaudí.

El talante arquitectónico de aquellos edificios era tan caótico que hasta se podía pensar ecléctico. Las divisiones entre los pisos de las construcciones no respetaban líneas rectas, ni uniformidad de colores ¡Algunas hasta ni siquiera compartían el mismo material de construcción!

Sin embargo, todo este laberinto visual, ayudado por las verdes copas de los árboles presentes, en ningún momento resultaba agresivo hacia la vista. De hecho, tan interesante resulta este collage de formas y materiales que Hundertwasserhaus es uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad.

Hundertwasserhaus
La antítesis de lo que venía siendo Viena
Hundertwasserhaus
Super colorido y atractivo

No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Hacia el este, Bratislava

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