Conforme avanzábamos hacia la entrada, ya podíamos pispear ciertas grietas en el entramado nímbico que filtraban algunos venerados rayos solares. En el ingreso, nos explicaron que la entrada al parque era gratuita pero que cada atracción tenía su costo particular.
Otra opción era la de adquirir un pase general que incluía varias atracciones. Pero, como no sabíamos bien qué tanto nos íbamos a desquiciar, dejamos pasar el ofrecimiento.
El parque por dentro era inmenso y contaba con todo lo que uno espera encontrar en un lugar así: una noria, múltiples montañas rusas, autitos chocadores, kermesse, casita del terror, kartings, un museo de cera y varios de esos “juegos” que te dejan suspendido a 20.000 metros de altura reboleándote de acá para allá.
Con una actitud salomónica, hicimos un popurrí de varias atracciones en consonancia con nuestros gustos e intereses. Sin embargo, a la hora de las montañas rusas les dije a mis hermanos: “Suban ustedes que yo los filmo de abajo”.
como se extraña Viena!
Volveremos, volveremos!!