Visita al Museo del Prado

Visita al Museo del Prado

29 mayo, 2020 2 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Pongamos que hablo de Madrid

Nuestra última visita del día nos llevó a regresar sobre nuestros pasos atravesando ambas mitades del Paseo del Prado. En sus márgenes nos esperaba el inmenso y famosísimo Museo del Prado.

Avivados por nuestra experiencia en el Reina Sofía, hicimos una investigación previa que arrojó el mismo resultado: la entrada era gratuita a partir de las 6 de la tarde. En esta oportunidad, dado el poder de convocatoria que tiene El Prado, nos vimos obligados a hacer una cola de 40 minutos… pero bajo el amparo de la sombra de unos oportunos árboles.

Entrada al Museo del Prado
El genio Velázquez nos da la bienvenida al Museo del Prado

Una vez dentro, qué puedo decirles… las obras maestras y los geniales artistas desbordaban las paredes. Inmediatamente fuimos en busca de una de las obras más famosas del mundo: Las meninas del fantástico Diego Velázquez. Al llegar a la sala del sevillano, una emoción comparable a la que sentí al ser testigo de La Gioconda en el Louvre se apoderó de mí y me abrí paso entre la muchedumbre a fin de admirar bien de cerca tan magna obra.

Siendo un vaivén de perspectivas entre los personajes retratados, los reflejados y el propio espectador, resulta por lo menos intrincado asignar protagonismos a esta pieza. Si bien Velázquez resalta la figura de la infanta Margarita, el reflejo de los reyes en el fondo de la habitación lleva a pensar que son ellos los retratados.

Me gusta pensar Las meninas como el momento en el que uno se encuentra en un ascensor rodeado de espejos. Al levantar una mano, el reflejo repetitivo e infinito genera una multiplicidad de planos donde el real solo es asequible gracias a la propia conciencia. En cierta forma, la pintura traspasa su propia realidad e involucra al espectador como un participante más de la escena.

Asimismo, me resulta particularmente movilizador encontrarme frente a frente con paisajes, edificios o, como en este caso, obras artísticas que hasta ese momento solo existían en revistas, películas o incluso libros. Quizás sea porque, al tener un contacto sin intermediarios, aquello se torna finalmente real y pasa a formar parte de mí. Esa sensación se multiplica cuando lo que se tiene enfrente supera cualquier tipo de expectativas.

Las Meninas
Las Meninas

Así fue como de arranque nomás el cansancio del día desapareció permitiéndonos admirar un sinfín de obras de Velázquez. Entre ellas estaba Las Hilanderas, donde una aparente escena cotidiana esconde un contenido más profundo de corte mitológico. Las dos hilanderas más cercanas al espectador pueden interpretarse como Aracne y la diosa Palas Atenea exponiendo su destreza en el tejido (confrontación narrada en Las metamorfosis de Ovidio).

En el fondo del cuadro se puede observar el tapiz confeccionado por Aracne quien discute con Atenea por la ofensa plasmada en la tela. El tapiz en cuestión es una representación de la obra realizada por Tiziano llamada El rapto de Europa, el cual narra las desventuras amorosas de Júpiter, padre de la diosa. Como castigo por tal agravio, Atenea terminó convirtiendo a Aracne en una araña condenada a tejer por toda la eternidad.

Más allá de la excelsa técnica y la versatilidad en el uso de una paleta tan reducida de colores, son los detalles los que llevan la obra a un plano superior. Además de recluir la escena principal al fondo de la imagen, es notorio el movimiento logrado en la rueca de la izquierda cuyos rayos desaparecen en la velocidad o bien en la mano de la hilandera de la derecha quien trabaja con tanto afán el hilo que pareciera tener 6 dedos. En fin, genial por donde se lo mire.

Las Hilanderas
Las hilanderas (también conocida como La fábula de Aracne)

A continuación nos encontramos con Los Borrachos entre los que, según me señalaran acertadamente, siempre hay uno que te mira fijamente. Aquí Velázquez conjuga elementos terrenales a la derecha y mitológicos a la izquierda.

El dios Baco, resaltado por su iluminada piel y acompañado por un sátiro, encabeza una coronación ante la beoda mirada de cinco hombres un tanto harapientos en claro estado de ebriedad. Baco era el dios de vino (su corona de vid lo delata) y el joven de rodillas recibiendo los honores parecer ser un poeta ya que la hiedra de su corona es símbolo de la poesía.

Una posible interpretación del cuadro podría tener que ver con la capacidad del vino para desprender al ser humano de toda racionalidad y permitirle divagar por pasajes de inspiración creativa. Es una especie de alegoría sobre el vino en la que se acercan posiciones entre lo religioso y lo mundano, despojando al primero de las idealizaciones habituales por la época.

Los borrachos
Los borrachos (también conocida como El triunfo de Baco)
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Acto seguido pasamos a otro artista que no se queda atrás: Francisco de Goya. La cantidad de trabajos del aragonés es superlativa y abarcan desde sus comienzos optimistas, pasando por la sufrida etapa negra y culminando con su final en el exilio.

Lo primero que vimos de Goya fueron las reconocidas Maja vestida y Maja desnuda cuya fama se debe basar más en la historia amorosa que hay detrás de su gestación que en las obras en sí.

Estas “venus” fueron encargadas por Manuel Godoy, primer ministro del Rey Carlos IV y acreedor del título nobiliario Príncipe de la Paz por su labor en las negociaciones de paz entre Francia y España a fines del siglo XVIII.

Una versión respecto de la modelo empleada para la pintura afirma que se trataba de la duquesa de Alba, con quien Goya habría mantenido un amorío. Por otro lado, las malas lenguas dicen que la verdadera identidad de la modelo retratada recaía sobre Pepita Tudó, amante de Mauel Godoy. Ay, Francisquito, mordiendo la mano del que te da de comer…

Dejado de lado el toque único de Goya, las caras de ambas majas parecen haber sido tomadas de otro cuadro y trasladadas allí. Si bien se da por hecho que las caras corresponden a una misma composición, las teorías al respecto hacen que el mito que las envuelve se agigante.

La maja desnuda
La maja desnuda, aunque cobre 15 la cama...
La maja vestida
La maja vestida, aunque no se deje besar...

Bien cerquita de ellas se situaba uno de mis favoritos de Goya: El 3 de mayo en Madrid. Cuando estábamos preparando este viaje me puse a investigar un poco sobre este cuadro y su contenido histórico me resultó por demás interesante.

En los albores del siglo XIX el francés Napoleón consideraba decisivo dominar el acceso al mar Mediterráneo, entonces controlado por España. Para ello su plan consistió en negociar con el rey español Carlos IV una invasión de Portugal para repartírselo en partes iguales. Como Carlos IV no era muy afecto a este tipo de cuestiones, delegó dicha responsabilidad a su mano derecha, Manuel Godoy (el cornudo de las majas de arriba).

Sin embargo, el objetivo subrepticio de Napoleón consistía en ingresar al territorio español para conquistarlos y poner al mando a su hermano José Bonaparte. Tal acuerdo no cayó nada bien en ciertos sectores de la sociedad que tenían sus sospechas al respecto.

El hecho es que, como era de esperarse, miles de soldados franceses ingresaron a España y las verdaderas intenciones de Napoleón comenzaron a ver la luz. El rechazo masivo hacia tal intromisión en su soberanía devino en protestas, levantamientos en armas, saqueos y muerte.

En su obra Goya explayó con gran dramatismo la fatídica transición desde los sublevados en fila aguardando su turno, pasando por aquellos horrorizados cara a cara con los rifles galos y culminando con la pila de cadáveres ajusticiados a manos del invasor.

El que una obra represente un fragmento de la historia siempre me intriga; sobre todo si los acontecimientos descriptos tuvieron lugar en locaciones que al día de hoy permanecen en pie. Creo que esta pieza magníficamente retratada es un testimonio histórico que se destaca sin dejar de lado sus elementos estéticos.

3 de Mayo
3 de mayo en Madrid

La disponibilidad de trabajos de Goya es tal que no alcanza el día para recorrerlos todos con detenimiento. En un punto ya nos deslizábamos de uno en uno sin dedicarle una absoluta atención hasta que apareció ante mí Saturno devorando a su hijo. Pinturas tétricas si las hay, esta obra saltó a mi vista tanto por su trágico contenido como por su nombre lo cual ampliaré unos párrafos más abajo.

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Sin ahondar mucho más en el festín artístico de aquel día voy a resumirlo señalando que tuve el placer de estar tête à tête con un autorretrato de Durero, El sueño de Jacob de José de Ribera y piezas de El Greco, Rafael y Tiziano entre tantos más.

Solo me quedé con la espina de no poder admirar el inigualable tríptico del Jardín de las Delicias de El Bosco. Lamentablemente, se hallaba reservado para una exposición temporal llevada a cabo por esos días dedicado a la obra del neerlandés y que tenía un precio aparte.

Sinceramente me pareció un despropósito pagar para ver una sola obra… Sí, ya sé, ustedes pensarán “No fue eso lo que hiciste en el Gemäldegalerie de Berlín?”. Culpable me declaro.

Autorretrato
Autorretrato de Durero
El sueño de Jacob
El sueño de Jacob de Ribera
El Bosco
Jardín de las delicas, la próxima no te me escapás...

Como lo prometido es deuda aquí va el porqué del nombre de Saturno devorando a un hijo. Resulta que mientras recorríamos la obra del ubicuo Rubens, entre las cuales emergieron Las tres gracias (no sea que me vaya a olvidar), apareció otra obra del alemán denominada Saturno a secas y que retrataba la misma escena del macabro cuadro de Goya.

Ya de por sí encontré particularmente llamativo que dos geniales artistas hayan plasmado la misma escena en su obra y que encima estén expuestos en el mismo museo. Por su parte, la obra de Rubens muestra en su margen superior tres destellos que corresponden a Saturno (el planeta) y sus anillos (interpretados como dos centelleos dada la baja resolución del telescopio con el que Galileo había descripto el cuerpo celeste pocos años atrás).

Saturno
Saturno de Goya
Saturno devorando a un hijo
Saturno de Rubens

Traigo a colación este dato porque formó parte de una clase de la materia Historia de la ciencia que tuve en la facultad en la que nos explicaban cómo el arte y la ciencia (en este caso la astronomía) podían estar intrínsecamente relacionados. Dicho sea de paso, fue la mejor materia de mi carrera.

No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Un reencuentro y una pizca de Toledo

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