Algo más tranquilos y relajados por tan buen servicio, enviamos el mail a la dueña para contarle que estábamos allí esperando a que nos abriera.
En el interín y ante la ansiedad de no recibir respuesta, le conté nuestra situación al camarero que atendía la barra. Incluso me animé a preguntarle si podía usar su teléfono para dar de forma más directa con nuestra anfitriona. Instantáneamente y sin ningún problema me ofreció su celular para hacer todas las llamadas que quisiera, como si nos conociéramos de toda la vida. Madrid, tu gente me estaba empezando a caer muy bien.
Luego de un par de llamados fallidos, le agradecí su buena onda y volví hacia la mesa donde mi novia chequeaba minuto a minuto su celular en busca de la tan anhelada respuesta. Afortunadamente, la última gota de nuestros tragos vino acompañada por la réplica salvadora de nuestro mensaje. Anoticiados de que la anfitriona se encontraba de camino, pagamos la cuenta (generosa propina incluida) y partimos raudamente a su encuentro.
Nuevamente en la entrada del edificio, la dueña, llamada Graciela, llegó en una camioneta y esbozó una inverosímil excusa por el malentendido. Sinceramente, en ese momento lo único que quería era llegar a casa y dejar las valijas. Y así ocurrió, no sin antes escalar tres pisos por escalera que nos depositaron en nuestro monoambiente bien decorado y que contenía lo mínimo e indispensable como para pasar allí 3 noches.
Me encantó la narrativa acompañada por las fotos.. El itinerario madrileño fue más sabroso!
Las fotos son la mitad del relato!
Muchas gracias!!!