Siendo uno de los destinos más elegidos del África subsahariana y quizás de lo más europeizado que se pueda encontrar por esas latitudes, Ciudad del Cabo nos recibió con un mediodía lluvioso que no nos simpatizaba en lo más mínimo.
Pero lo que para nosotros se presentaba como un clima adverso, para la ciudad era una bendición. Es que los capenses venían sufriendo una de las peores sequías de su historia con las reservas de agua dulce al límite, exprimiendo cada gota y restringiendo su uso en los quehaceres diarios. O al menos eso era lo que querían mostrar…
En esta oportunidad British Airways, dominante por la zona, fue la encargada de nuestro vuelo de dos horas sin escalas. Apenas saliendo del aeropuerto encontramos una casilla de MyCiti, un servicio de transportes con múltiples recorridos por la península, compramos la tarjeta, le cargamos crédito y nos tomamos el bus hacia el centro.
Con una combinación de por medio con otro bondi, nos bajamos a un par de cuadras del Protea Hotel Victoria Junction, nuestro alojamiento por las siguientes 5 noches.
Por dentro el hotel tenía todo lo que 4 estrellas pueden ofrecer, menos el desayuno. Eso sí, había pileta, cartelitos por todos lados pidiéndote que cuides el agua y un servicio de cable que despertó en mí una inusitada simpatía por el críquet y la decodificación de sus reglas.
La elección de este hotel tuvo su basamento en la cercanía que presentaba al V&A Waterfront (por Victoria y Alberto, vestigios del colonialismo británico), la zona portuaria y turística por excelencia.
El V&A se halla repleto de restaurantes de alto calibre, shoppings, espectáculos callejeros, museos, un acuario (sí, con sequía y todo) y mercados a todo trapo.
Más allá de que todo eso resultaba tentador, el V&A era una zona absolutamente segura para el transeúnte, inclusive hasta altas horas de la noche, lo cual inclinó la balanza a favor del alojamiento escogido.
Tras soltar las valijas, caminamos hacia el mentado V&A, el cual se hallaba atestado de turistas para hacer reconocimiento de campo. Lo primero que hicimos fue sacarnos la típica foto en ese enorme cuadrilátero amarillo que oficia de marco para la postal que tras de sí, a unos kilómetros de distancia, toma la forma de Table Mountain.
Como ya oscurecía, cenamos en un bolichín de por ahí y regresamos (a pie, por iniciativa mía) hacia el hotel. Debo reconocer que el regreso no resultó una experiencia grata debido a que, una vez fuera del V&A, el trayecto hacia el hotel estaba desolado e incluía pasar por debajo de una autopista, de noche. Más tarde, ya a salvo, mi mujer me reprocharía, y con razón, tal decisión.
Nuestra primera mañana en Cape Town nos encontró en uno de los muelles del V&A esperando el ferry que nos trasladaría a Robben Island. En aquella isla funcionó una cárcel que alojó principalmente presos políticos, entre ellos Nelson Mandela que pasó allí 18 de sus 27 años preso.
La duración del viaje estaba estipulada en 40 minutos, pero en ningún momento creímos que iban a ser los más traumáticos de nuestras vacaciones.
A poco de zarpar, nuestra embarcación empezó a tambalearse bien sabroso, de izquierda a derecha, de arriba abajo. Los pasajeros, uno por uno, acudían a la popa en busca de aire y hasta la mismísima tripulación tenía dificultades para mantener el equilibrio.
En ese momento pensé que hubiera sido buena idea tomarme un Dramamine preventivo, sobre todo al presenciar cómo la señora que tenía enfrente no pudo contener el desayuno dentro de sí.
Mientras tanto, un par de pasajeros estallaban en llanto víctimas del pánico. Traté de ubicarnos futilmente en el GPS del celular para ver qué tan lejos de tierra firme nos encontrábamos pero la pantallita me decía que estábamos rodeados de azul.
Para sobrellevar la situación, mi estrategia consistió en mirar un punto fijo en el horizonte, pero claro, en ese momento el horizonte se había convertido en un blanco móvil. Mi mujer, aterrada, buscó en mí algunas palabras alentadoras y lo mejor que se me ocurrió fue decirle: “Lo más probable es que no pase nada”.
Finalmente amarramos en la pedregosa costa con más susto encima que otra cosa pero enteros y listos para “remontar” la mañana. La visita fue guiada por un ex convicto a través de las minúsculas celdas invadidas por el frío y las historias de segregación interna entre blancos, no blancos y bantús (con sus respectivas decrecientes raciones de comida).
Además, visitamos la cantera que hizo las veces de aula para que muchos presos, e incluso guardias, fueran instruidos por Mandela y compañía.
Otra historia tan interesante como terrible del tour tenía como protagonista a Robert Sobukwe, político anti apartheid y fundador de uno de los principales partidos políticos de Sudáfrica.
Estando preso allí se le prohibió el contacto con otros prisioneros y su única oportunidad para comunicarse con otro ser humano recaía en una visita anual de su familia. Fue tal su aislamiento que llegó a reconocer que hacía el final de su condena había comenzado a olvidar cómo hablar.
A fin de no repetir la experiencia de la ida, el regreso al continente fue proveído sin sobresaltos por un ferry de mayor calado. Tras un reparador almuerzo, nos dirigimos al Museum of Contemporary Art Africa (MOCAA) cuya hermosa arquitectura excedía por lejos, desde mi punto de vista, las obras expuestas en su interior.
El edificio originalmente fue un silo, sello que mantiene en su interior con líneas curvas por doquier, columnas cilíndricas huecas y un atrio que llega al cielo. Por fuera la fachada se anuncia con el mismo gris interior pero más angular, con dos secciones claramente definidas con cemento abajo y vidrio arriba.
Si bien el arte contemporáneo no es de mi preferencia, en la entrada yacían expuestas una especie de sillas cilíndricas que rotaban sobre si mismas cual trompo que, arte o no, resultaron de lo más entretenidas.
El resto del día transcurrió amenamente con una visita a un mercado, al acuario (del cual me arrepiento ya que aquellas criaturas no merecen tal reclusión) y una merienda invadida por pastelería y café. Luego de tantas emociones era momento de descansar…
Un tour bastante azaroso por lo visto, pero una experiencia inolvidable. Fotos estupendas. Muy buen relato!.
Un azar caprichoso que nos llevó por aguas turbulentas para depositarnos en buen puerto.
Gracias!
Muy entretenido tu relato Manu , te felicito
Gracias!! Abrazo! 🙂
Manu no se si mi comentario aparecio o no, solo quiero decirte que te estas acercando al Manco de Lepanto en versión Beattle
Jajaja, demasiado elogio por parte de vuestra merced!!
Abrazo!