Con el estómago lleno, nos propusimos visitar el reconocido Moulin Rouge. He aquí un momento crítico del viaje ya que al bajar de una plataforma mi mamá pisó mal y se torció el tobillo. Imagínense, recién comenzaba su viaje a Europa con sus hijos, todo iba perfecto y de golpe… su tobillo tenía el tamaño de una pelota de tenis.
Preocupados por la situación, la llevamos hacia el departamento y la recostamos en un sillón; apenas podía pisar por lo que subir las escaleras hacia su dormitorio no era una opción. Con mi novia fuimos a una farmacia en la que desplegué mi paupérrimo francés implorándole a la farmacéutica una medicina para el dolor.
Por suerte, en una góndola encontramos una venda y un gel que se podía meter en el microondas o congelar, según fuera necesario, pero nos llevó unos minutos mencionar la palabra “Ibuprofeno” la que la farmacéutica entendió de inmediato. Aparentemente es lo mismo en francés y en castellano, el único detalle es que allá se necesita una receta para comprarlo.
De regreso en el departamento, le pusimos el gel frío rodeando el tobillo cada vez más hinchado y le dimos una de las tantas pastillas que uno lleva preventivamente a los viajes con el deseo de que esto no pasara a mayores. Tras estar un rato con ella, mi mamá, con todo su amor ante la adversidad nos dijo: “Vayan y sigan paseando, qué van a hacer acá? Yo me quedo quietita y leo un libro, no se preocupen”. Realmente se merecía el Nobel a la mejor madre.