Encuentro en Múnich
Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Música por Montreux
El tren de regreso hacia el aeropuerto de Ginebra fue un nuevo pero inevitable golpe bajo hacia nuestras billeteras. Una vez allí, un vuelo de mediodía de la aerolínea italiana Air Dolomiti nos esperaba con la misión de depositarnos en Baviera, más precisamente, en Múnich.
Pero hete aquí que esta visita a la ciudad cervecera tenía sus peculiaridades. Resulta que ese mismo día se llevaría a cabo en Moscú la final del mundial de fútbol entre Francia y Croacia (únicos verdugos de Argentina quiero aclarar). Nuestra intención era disfrutar aquel espectáculo atornillados en uno de los tantos patios cerveceros al mejor estilo local.
Pero el plan birrero-mundialista gozaba de un aditamento extra que lo catapultaría hacia otro de esos momentos épicos de las vacaciones. Resulta que uno de mis amigos (coequiper de la inolvidable Costa Rica), había programado sus vacaciones para la misma época en tierras británicas.
Uno de los motivos de su desembarco en la isla de la Reina recaía sobre un curso de arte que su novia realizaría en Londres. Sea por destino o por azar, aquella semana que tendría a su novia inmersa en aquel curso coincidía con la jornada mundialista en cuestión. La idea de una escapada para un encuentro entre amigos en tierras germanas empezaba a tomar color.
Aquí es donde cobra forma la segunda parte del plan (léase con la voz del Profesor de La Casa de Papel). Resulta que otro de los 4 jinetes de nuestra aventura costarricense contaba con casi 2 meses de vacaciones acumuladas y era momento de usufructuarlas.
En su mente venían rondando hace tiempo las ganas de conocer Europa. La posibilidad de coincidir con amigos allí era, quizás, el empujoncito que le faltaba y el momento era el indicado. Operativamente, Múnich sería el comienzo de su viaje por el viejo continente y arribar le demandaría escalas en Asunción, San Pablo y Barcelona.
Pero estoy hablando de amigos incondicionales a los que miles de kilómetros no les mueven un pelo con tal de compartir una experiencia de este calibre. Así las cosas, el plan estaba en marcha y el reencuentro se anunciaba prometedor.
Volviendo un poco a mi lado de la historia, sepan que mi expectativa no paraba de crecer mientras aguardaba sentado frente a la gate pertinente. Aquella expectativa se tiñó de ansiedad al escuchar por los parlantes que nuestro vuelo se vería demorado 1 hora por cuestiones climáticas.
El partido comenzaba a las 5 de la tarde y, si bien contábamos aún con margen de tiempo, no había lugar para más sorpresas.
Finalmente a las 2 p.m. comenzamos un abordaje que se vio levemente condimentado debido a la obstinación de mi hermano mayor por querer llevar en la cabina su robusto carry on.
Con mi hermano menor observábamos desde el otro lado del cristal los ademanes e intercambio de ideas entre el personal del aeropuerto y mi hermano mayor. Yo pensaba: “Si sabe que ese carry on se pasa de lo permitido, ¿Qué necesidad de llegar al límite?”.
El hecho es que las partes llegaron a un acuerdo y le dijeron que tendría que despacharlo en la bodega antes de ingresar al avión, nada de lo cual ocurrió. Finalmente mis hermanos, el carry on y yo despegamos en un fugaz viaje de una hora hacia la festiva e industrial Múnich.
Dado que ya estábamos dentro de la Eurozona, no hizo falta realizar trámites migratorios y ni bien atajamos nuestras valijas de la cinta nos dirigimos hacia la salida. Sin embargo, antes de salir, el hermano del carry on consideró oportuno hacerse de un chip para el celular que amenizara el resto de nuestra estadía europea.
Claramente contar con uno de esos chips es una muy buena idea y lo recomiendo. Siendo que él es el más avezado en estas cuestiones tecnológicas, salió en busca de un puestito que proveyera dicho elemento. Con mi otro hermano esperamos con las valijas a escasos metros de la puerta como queriendo salir rápido de allí.
Casi 40 minutos después reapareció mi hermano “victorioso” con el chip. 40 minutos… sí, 40. A ver, en otras circunstancias en las cuales el tiempo no hubiese apremiado no habría tenido ningún problema con esperar tanto.
El tema es que soy un maniático de la puntualidad y no tolero llegar tarde a ningún lugar. Ni siquiera a un encuentro con amigos que vienen de otros países para tomar una cerveza viendo la final del mundo. Por otro lado reconozco que no soy la persona más paciente del mundo y la ansiedad había cedido su lugar a la preocupación por el horario.
Para colmo, las mismas tormentas que habían demorado nuestra partida helvética ahora se cernían sobre nuestras cabezas por demás amenazantes. Con los nervios potenciados por el estrés, nos costó más de la cuenta dar con la terminal del tren que nos dejaría a unas cuadras de nuestro alojamiento.
Apenas descendidos del ferrocarril, caminamos unas 6 cuadras bajo la lluvia hacia nuestro departamento, cortesía de AirBnb. Siendo que faltaba solo media hora para el comienzo del partido, no dedicamos muchas energías a explorar nuestros aposentos. Tan solo pasamos por el baño y partimos hacia el patio cervecero previamente pactado.
El lugar elegido para el reencuentro era ni más ni menos que la tradicional cervecería Augustiner-Braü, responsable de mitigar la sed de los muniqueses desde el siglo XIV. Al llegar a una de las entradas fuimos testigos de la ritualidad desplegada por los alemanes con la cerveza como núcleo sociabilizador.
La lluvia había menguado pero sospecho que, aunque cayera a borbotones, difícilmente hubiera interferido en esas inentendibles conversaciones rodeadas de jolgorio y sonrisas. Tan inentendibles por el idioma como por el efecto del alcohol, esas charlas se vertían sobre las largas mesas de madera así como la milenaria combinación de cebada y lúpulo lo hacía sobre sus jarras de cristal.
Todo signo de preocupación y estrés se esfumó al primer sorbo de mi pinta; ahora era el momento de disfrutar. Por un lado, la ironía jugaba su carta a través de mis amigos avisando que estaban retrasados. Por otro, los 3 hermanos equipados con nuestro dorado elíxir en mano brindábamos al son del puntapié inicial.
El primer tiempo finalizó con una ventaja de 2 a 1 en favor de los galos para beneplácito de un grupo de franceses que ocupaba una mesa cercana. El entretiempo, no obstante, fue lo mejor del partido para mí. En ese ínterin ausente de fútbol y repleto de fanáticos, mi hermano menor divisó dos caras familiares entre la multitud: eran mis amigos.
Inmediatamente me acerqué hacia ellos que estiraban la vista buscando lo mismo que yo. Ni bien cruzamos miradas, entre sorpresa e infinita alegría, nos fundimos en un abrazo.
Es difícil expresar con palabras lo surreal que se sintió aquel momento que se encargó de congregar hermanos de sangre y del corazón en tan particulares circunstancias. Miren cómo serán las cosas que hasta el cielo comenzaba a ahuyentar esas grises nubes.
Tras la coronación del flamante campeón francés, y aconsejados por los conocimientos ancestrales de mi amigo descendiente de alemanes del Volga, nos surtimos de algunos típicos platos de la cocina alemana.
En mi caso, me rendí ante un Schweinshaxe con Spätzle, que sería algo así como codillo de cerdo con una especie de ñoquis. Por supuesto que todo estuvo acompañado por una espumosa cerveza de trigo de la casa.
La tarde migró imperceptiblemente hacia la noche entre cervezas, pretzels gigantes, charlas e inmejorable compañía. El tendal de jarras ociosas abandonadas por los satisfechos clientes era metódicamente recuperado por un vehículo modificado a tal fin que las cargaba en una suerte de acoplado posterior.
Cerca de las 11 de la noche, cuando la temperatura ya había descendido lo suficiente y las palabras trastabillaban en nuestro paladar, dijimos basta por hoy. Mis amigos se fueron a su hotel cargándose el uno al otro y los tres hermanos retornamos a nuestro departamento para desplomarnos en la cama.
La historia dirá que el vencedor ese día fue la selección de fútbol masculina de Francia. No obstante, no tengo ninguna duda de que nuestra celebración de amistad y hermandad fue la verdadera triunfadora de aquella jornada.
No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Plena jornada muniqués