Ghent y Brujas express

Ghent y Brujas express

15 enero, 2020 4 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Grand Place a toda hora

Nuestro último desayuno belga corrió por cuenta nuevamente de Kaffabar, esta vez, con la excusa de que mi hermano y mamá lo conocieran. Estando en Bélgica es casi una obligación consumir la mayor cantidad de chocolate posible, por lo que la redundancia entre un muffin de chocolate negro y un café con más chocolate fue la combinación perfecta para arrancar bien arriba una jornada que nos deparaba una visita por las afueras de Bruselas.

Muffin y café en Kaffabar
La mejor forma de arrancar el día

El tren nos llevó primero a la pintoresca Ghent, que dicho sea de paso, tiene una estación adornada con unos frescos preciosos en su cielo raso. La ciudad ofrece mucha arquitectura gótica que resalta sus aires medievales, con parroquias de torres altísimas y relojes antiquísimos.

Mientras caminábamos sus veredas empedradas fuimos a dar a una especie de plaza central donde un trío de cuerdas compuesta por jóvenes músicos nos deleitó con su interpretación de reconocidas composiciones de la música clásica.

Nuestro errático andar nos llevó a perdernos por sus pasajes rodeados de hermosas construcciones de épocas pasadas que contrastaban con la modernidad del tranvía. Lamentablemente, solo estuvimos un par de horas allí ya que el plan del día era, además, conocer la famosa Brujas. Por lo tanto, de nuevo arriba del tren partimos en un corto viaje hacía allí.

Estación de Ghent
La hermosa estación
Ghent
Recovecos medievales
Plaza de Ghent
La plaza central de Ghent
Ghent
Los cables del tranvía todo lo atraviesan
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Ni bien llegamos, la plaza central de Brujas nos embrujó con sus coloridas fachadas, sus restaurantes con mesitas a la calle, sus faroles de hierro y las banderas representativas de la zona. En ese momento, debido a nuestros intereses dispares, nos dividimos mis hermanos y sus novias por un lado y mi novia, mi mamá y yo por el otro.

Plaza de Brujas
Había una vez en Brujas...

Para disfrutar de tan hermoso lugar no había que esforzarse mucho, solo era necesario caminar, cruzar sus puentes, mirar sus casas repletas de ladrillos y tejas o apreciar los portones adornados con herrajes de las iglesias.

Por su parte, mi mamá no perdía oportunidad para adentrarse en cada museo, en su gift shop aclaro, a fin de adquirir lápices para su colección, mientras nosotros esperábamos en la puerta disfrutando el solcito y la vista.

Más caminábamos y más nos parecía que el lugar había salido de un cuento de hadas. En un punto llegamos a un parque donde la juventud sacaba lo mejor de la tarde tirándose en el pasto para disfrutar algún que otro picnic, o bien recostándose en un árbol a leer cual campus universitario estadounidense. Y para colmo, unos cisnes navegando en los canales agregaban más perfección a la escena.

Cisnes de Brujas
El lago de los cisnes
Canal
El canal de la paz
Brujas
Perdido en un cuento de hadas
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Promediando el día y ante la imposibilidad de contactar al resto del grupo (no teníamos el pertinente chip en el celular), decidimos abordar el tren de vuelta hacia la capital belga.

Tras tomar un cafecito en la zona de Mont des Arts, bajamos aquellas hermosas escalinatas hacia un jardín magníficamente decorado y custodiado por la estatua del Rey Alberto 1º para luego encaminarnos hacia el palacio real. ¿Pueden creer que toqué la puerta y nadie salió a recibirme? Qué tupé…

Tras un frustrado intento de entrar al museo Magritte, que ya había bajado la persiana por el día (no así su gift shop en busca de lápices para la colección), mi mamá acusó un poco de molestia en su pie.

Sinceramente no entiendo cómo pudo hacer frente a tanto traslado con su maltrecho tobillo, quizás porque las ganas de conocer y el ánimo de explorar son capaces de borrar cualquier dolor.

Jardines de Mont des Arts
Los fastuosos jardines de Mont des Arts con Alberto 1º al fondo y a caballo
Palacio Real de Bélgica
El Palacio Real belga
Manu en puerta
Abrime flaco!

Ya en el hotel, nos colgamos del Wi-Fi para contactarnos con mis hermanos, nos bañamos, descansamos un par de horitas para luego salir a buscar un boliche para comer.

El lugar elegido fue Omer (nuevamente por ser uno de los pocos con cocina abierta a esas horas) donde unos tagliatelle con jamón, crema y queso acompañaron aquella última noche familiar en la preciosa ciudad de Bruselas a la que, no tengan dudas, volveré algún día.

Tagliatelle
Tagliatelle con jamón, crema y queso, la mejor forma de cerrar el día

No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Llegamos a Amsterdam

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