
La península de punta a punta
Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Ciudad del Cabo, una singularidad africana
Un cielo diáfano nos amaneció al día siguiente invitándonos a recorrer la península (en tour por supuesto) empezando por las exclusivas playas de Sea Point y Camps Bay.
En primera instancia atravesamos las sinuosas rutas custodiadas por los serenos picos de Signal Hill y Lion´s Head en las que los ciclistas entrenaban para la competición internacional a realizarse en marzo.
Bien al sur nos esperaba el ventoso peñasco de Cape Point coronado por un faro y un mástil detallando las distancias que nos separaban de varios puntos del planeta, como tratando de hacernos sentir lejos de casa.
Los caminitos escalonadas y pedregosos hacia la cima bien podrían haber salido de un escenario de Game of Thrones. En el extremo del peñón, inmerso en repentinas ráfagas de viento, se abría el eterno azul del océano Atlántico .
De regreso hacia el auto noté algo de movimiento entre los reverdecidos arbustos y me quedé unos segundos para averiguar de qué se trataba. A los pocos segundos un animalito de aspecto roedor se reveló saltando de planta en planta buscando alimento.
El bicho en cuestión era un Hyrax (Damán en castellano), muy común en África. En esta ocasión estaba almorzando indiferente a mi presencia, como corresponde.
También al sur, llegamos al Cabo de Buena Esperanza que se jacta de ser el punto más suroeste del continente. En las inmediaciones no era raro cruzarse con simios ruteros y algún que otro avestruz. Los lobos marinos también fueron de la partida apostados sobre rocas encastradas al filo del embravecido mar.
Sin embargo, la expresión más manifiesta de lo meridional de la situación se demostró a través de su colonia de pingüinos, siempre simpáticos ellos. Unos tomando sol, otros acicalándose, los de acá cuidando a sus crías y los de allá bañándose en el mar, todo un espectáculo.
Como más abajo no se podía ir, pegamos media vuelta de regreso bordeando la costa que da a la False Bay donde paramos a almorzar.
Simon´s Town es un pueblito minúsculo cuya existencia se debe explicar por la base naval contigua. De cualquier forma nos vino de mil maravillas para almorzar un pescado bien fresco con vista al puerto en el restaurant Harbour view.
Retomando el regreso en dirección norte llegamos a uno de los lugares más hermosos de la península: los jardines de Kirstenbosch. A los botánicos les comento que estos jardines son el epicentro de uno de los seis reinos florales del mundo, el capense.
El parque es gigantesco, con especies vegetales caracterizadas en cada rincón, caminos que se pierden en dirección hacia Table Mountain, pasarelas de madera que recorren la canopea brindando panorámicas de ensueño e incluso un invernadero con especies no tan autóctonas. Todo ello hizo de este un lugar ideal para bajar un cambio, respirar profundo y agradecer otro día perfecto.
Tan poco tiempo, tanto recorrido y todavía faltaba la frutilla del postre. Otro día comenzaba, el clima nos daba un guiño y tempranito nos subimos al bus Hop On Hop Off que discurría por toda la ciudad con parada obligada en una de las 7 maravillas naturales del mundo: la majestuosa Table Mountain.
Una de las mejores decisiones que se pueden tomar en un viaje para conocer lugares nuevos es arrancar bien temprano, sobre todo si se trata del highlight de la ciudad.
Al llegar, con el sol de costado, unas pocas personas en la fila nos separaban de la boletería. Si bien es posible comprar las entradas on line, hay veces en las que el ascenso puede ser suspendido por culpa de las lluvias o del viento. Esto puede hacer de la compra anticipada un arma de doble filo.
La cima también se puede alcanzar a pie si el estado físico lo permite. Sabiendo que la exigencia iba estar una vez arriba, nos tomamos el teleférico y tras 5 minutos de un viaje prácticamente vertical, la montaña de la mesa nos daba la bienvenida.
La perspectiva de la ciudad desde allá arriba era como para ponerla en un marco y colgarla en una pinacoteca. El paisaje retratado por la cómplice interacción entre las colinas y la urbe mostraba una suerte de armonía refrescante.
Robben Island, que hace unos días nos clavaba un puñal en el corazón, ahora emergía como una manchita en el azul profundo del Atlántico.
Los carteles mostraban tres posibles recorridos, cada uno más extenso que el anterior pero que, sin importar la elección, parecían entremezclarse a los pocos minutos de iniciada la caminata.
Allá arriba era todo prácticamente plano y desguarecido. El sol pegaba de lleno y la seca vegetación bordeando los caminitos marcados por pisadas hechas con pintura amarilla alternanaba con puentecitos de madera con la única la finalidad de sortear algunos moribundos cursos de agua.
Habiendo caminado más de una hora, ya era difícil cruzarse con alguien. La planicie no parecía tener fin y un mojón marcaba el Maclear´s Beacon que, con sus 1.086 metros, se erigía como el punto más alto de la montaña y nos avisaba que era hora de pegar la vuelta.
Por supuesto que repetir el camino de vuelta estaba descartado, por lo que regresamos por un sendero con ladera hacia la ciudad y vistas alucinantes. Tras otra hora y media de marcha e introspección, llegamos al punto de partida y paramos para comer unos sándwiches en uno de los locales que ya les mencioné a fin de reponer energías para el descenso (por teleférico, desde ya).
Una vez abajo, el bus rojo nos acercó al pintoresco Bo Kaap, un antiguo township de esclavos malayos. No obstante, en la actualidad su atractivo turístico se destaca por los vibrantes colores de sus casas y su historia musulmana.
En lo que a mi respeta, más bonito que sus colores resultó una frase en una pared que rezaba “No matter where we are, we are here”.
Habiendo visitado todos los lugares que marcamos desde Buenos Aires, el último día en Ciudad del Cabo fue de pleno descanso y paseo. Para cenar, una visita a uno de los tantos restaurantes de alta gama llamado Balducci tuvo como único propósito festejarnos por tan maravillosa experiencia.
Aquella ciudad incrustada en la península rodeada por la bahía de la Mesa es realmente un destino para conocer si se visita Sudáfrica. Ciudad del Cabo tiene historia, naturaleza, atracciones, playas y comida. Ciudad del Cabo lo tiene todo.
No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Namibia, al fin
Excelente la descripción del recorrido, por la península, menos, el mono y la lagartija, los pingûinos adorables,. La panorámica de Ciudad del Cabo, espectacular! Y esa del perfil UAUU!
Las vistas son hermosas… y la lagartija y el monito también!
😀
Tremendas fotos Manu! En especial de la vista de Table Mountain. Me quedé con ganas de haber ido a Kirstenbosch también, se ve muy lindo. Seguí así!
La próxima visitamos esos jardines 😉