Los varones del grupo nos cargamos los bártulos más pesados y subimos los empinadísimos dos pisos por una estrecha escalera que parecía burlarse de nosotros con su ínfima zona de descanso, tan ancha como un par escalones.
Teníamos pensado hacer dos viajes, mi mamá con su tobillo herido no debía hacer más esfuerzo que el de subir esas vertiginosas escaleras. Mientras las novias subían algunos bolsos más livianos, el hijo de la dueña, que no tenía más de 10 años, se cargó una valija como pudo y la empezó a subir empeñado en ayudar a sus huéspedes. Un fenómeno el pibe.
El departamento era un sueño, decorado de manera rústica y a la vez moderna, un baño que parecía de hotel, un living con sillones comodísimos y una cocina equipada con cuanto electrodoméstico se les ocurra. Parecía un chiste, pero las habitaciones se ubicaban en el primer y segundo piso (que era más bien el ático), la “planta baja” era para la entrada, living, cocina y comedor; todo esto sumado al par de niveles ya mencionado.
A mamá la ubicamos lo más cerca posible de la superficie terrestre junto con mi hermano mayor y su novia mientras que a mí, mi hermano menor y nuestras novias nos tocó en suerte las habitaciones de los chicos, en el altillo.