Llegamos a Amsterdam

Llegamos a Amsterdam

19 enero, 2020 0 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Ghent y Brujas express

París me regaló su eclaire que disfruté en la estación de Bruselas mientras esperaba el tren para partir hacia Amsterdam. Con el ritmo que llevábamos en este viaje, así de fácil y rápido se entrelazaban las ciudades que nos empujaban hacia la siguiente cual fichas de dominó.

En esta oportunidad nos demandó 3 horas y monedas arribar a la estación central de trenes, allí donde los pasajeros van y vienen presurosos y apremiados por la puntualidad de los ferrocarriles europeos que no dan segundas oportunidades. Ni bien pisamos suelo neerlandés, aquel aroma particular por el que Amsterdam es mundialmente famosa se hizo notar para darnos un adecuado recibimiento.

Ventana del tren
Atravesando la campiña neerlandesa hacia Amsterdam

Bien cerquita de la salida estaba la parada de tranvías, que por cierto era el primero que nos tomábamos en nuestra travesía europea. Al ingresar (por la parte trasera vale aclarar), una señora dentro de la cabinita instalada en el vehículo nos vendió los siete pasajes explicándonos que había que pasarlos por el lector al subir y al bajar a fin de no tener eventuales inconvenientes con algún guarda que pudiera merodear por allí. Si me van a llevar preso en los Países Bajos, no pretendo que sea por un pasaje de tranvía, así que sin chistar acatamos sus órdenes a rajatabla.

Dado que el centro de Amsterdam no es muy extenso, los impronunciables nombres de las paradas demandaron nuestra más absoluta atención a fin de no seguir de largo y llegar al departamento ubicado apenas cruzando el último de los canales concéntricos de la ciudad, cerca de la conocida “Heineken Experience”.

El departamento lo habíamos reservado por AirBnb y era el hogar de una señora joven que nos recibió acompañada por su hija y su hijo, ambos deseosos de darnos una mano con las valijas. “No need to, thanks” les dijimos, pero claro, quien estuvo en Amsterdam sabe que su escueta superficie forzó un planeamiento urbano basado en construir hacia arriba y en muchos casos, como este, sin ascensor a la vista.

Puerta
¿Qué esconderá esta puerta?
Escaleras
Un millón de escalones!

Los varones del grupo nos cargamos los bártulos más pesados y subimos los empinadísimos dos pisos por una estrecha escalera que parecía burlarse de nosotros con su ínfima zona de descanso, tan ancha como un par escalones.

Teníamos pensado hacer dos viajes, mi mamá con su tobillo herido no debía hacer más esfuerzo que el de subir esas vertiginosas escaleras. Mientras las novias subían algunos bolsos más livianos, el hijo de la dueña, que no tenía más de 10 años, se cargó una valija como pudo y la empezó a subir empeñado en ayudar a sus huéspedes. Un fenómeno el pibe.

El departamento era un sueño, decorado de manera rústica y a la vez moderna, un baño que parecía de hotel, un living con sillones comodísimos y una cocina equipada con cuanto electrodoméstico se les ocurra. Parecía un chiste, pero las habitaciones se ubicaban en el primer y segundo piso (que era más bien el ático), la “planta baja” era para la entrada, living, cocina y comedor; todo esto sumado al par de niveles ya mencionado.

A mamá la ubicamos lo más cerca posible de la superficie terrestre junto con mi hermano mayor y su novia mientras que a mí, mi hermano menor y nuestras novias nos tocó en suerte las habitaciones de los chicos, en el altillo.

Biblioteca
Hasta tenía combinados los colores de los libros
Caldera
Ojalá mi casa fuera así...
Logo

Tras aclimatarnos a nuestro nuevo hogar, bajamos el millón de escalones para salir y aprovechar el hermoso día que se cernía sobre la capital holandesa. Al caminar por sus calles era imposible pasar por alto las casas angostas e inclinadas que parecían recostarse una sobre la otra, la infinidad de bicicletas a mil por hora y los numerosos canales atravesados por sus particulares puentes.

Canal de Amsterdam
Puentecitos everywhere
Canal
La típica postal de Amsterdam

La primera atracción de nuestro plan era la casa de Ana Frank para la cual hicimos una cola de cerca de una hora antes de ingresar ya que no habíamos sacado la entrada con anterioridad.

La visita nos llevó por todos los niveles de la casa con explicaciones en inglés (y neerlandés) de cada habitación, los eventos que allí acontecieron y fragmentos de lo que escribió la protagonista en su diario. Las fotografías estaban prohibidas, aunque siempre hay un desubicado que se hace el desentendido y falta el respeto a las normas del lugar.

En lo que a mí respecta, nunca había leído el diario de Ana Frank y aun así me impresionó bastante todo lo que allí ocurrió, pero esta vez la sensación distaba mucho de lo que había sentido en el museo D´Orsay, esta vez se acercaba mucho más a la congoja.

Entrada a la casa de Ana Frank
Usted está a punto de entrar...
Casa de Ana Frank
... a la casa de Ana Frank
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Una vez fuera, advertimos al sol comenzando su descenso diario por lo que fuimos a comer, a horario europeo, a un barcito llamado SNCKBR que no resultó nada del otro mundo pero que cumplió con el objetivo de llenarnos la panza.

Retornamos caminando al departamento para seguir apreciando las vistas de la ciudad y, al llegar, con mis hermanos avistamos una especie de columpio gigante hecho con una rueda inflable inmensa ubicado en una plazoleta con juegos “para chicos” frente a nuestra puerta.

Obviamente que los tres grandulones pasamos no menos de media hora balanceándonos y empujándonos a más no poder en ese columpio mientras el resto del grupo grababa aquellas escenas entre el humor y la vergüenza ajena.

Una vez que nuestro niño interno quedó satisfecho, entramos a la casa para darnos un baño, pasar un rato de calidad en familia y finalmente entregarnos al descanso con el objetivo de recargar las baterías para el día siguiente.

Grandulones
Grandulones...
Amsterdam de noche
¡Hasta mañana Amsterdam!

No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Día de paseo y noche de gira

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