Primeras impresiones de Viena
Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Pasado y futuro sobre el Danubio
Aquellos dos días fugaces en Linz nos habían dejado con ganas de ahondar un poco más en la belleza y cultura de las tierras austríacas. Por lo tanto, para saciar nuestra sed exploratoria, coincidimos en que lo mejor era aventurarnos hacia su famosa capital Viena.
Una hora en tren de cabotaje nos demoró llegar a la Vienna Westbahnhof. Desde allí arrastramos las valijas casi 10 cuadras por la transitada Favoritenstrasse hacia nuestro flamante departamento cortesía de AirBnb. Por suerte la calle estaba en bajada…
Si bien estábamos algo alejados de la parte más turística de la ciudad, los edificios que nos acompañaron aquel trayecto parecían sacados de la zona más paqueta del barrio porteño de Recoleta. Un par de cuadras antes de llegar, dimos con una fuente muy bonita dedicada a la célebre ópera La flauta mágica y bautizada, oportunamente, Mozartbrunnen.
Una vez estuvimos frente a la entrada de nuestro alojamiento vienés, llamamos a la puerta y fuimos atendidos por un señor de aspecto extranjero y sin mucho manejo del inglés.
Sin embargo, estaba al tanto de nuestro arribo y, tras intercambiar lenguaje de señas con mi hermano mayor, desciframos que estaba terminando de preparar nuestros aposentos.
Entre gestos y palabras sueltas nos dejó un juego de llaves y nos hizo saber que en 1 hora iba a estar todo listo. Tiempo suficiente para dejar nuestras valijas e ir a picar algo en un café de por allí.
Finalizado aquel snack de media mañana, retornamos al departamento el cual nos esperaba impoluto y sin rastros del señor foráneo. La verdad es aquel 3 ambientes nos proporcionó más espacio del que necesitábamos, pero cada metro cuadrado extra siempre es bienvenido.
Este alojamiento de living con cocina integrada tenía una característica bastante peculiar: el único baño estaba conectado por una puerta hacia la parte trasera de la cocina. Quizás lo construyeron así para compartir cañerías, vaya uno a saber…
Nuestra primera incursión capitalina nos acercó hacia la hermosa Karlskirche (iglesia de San Carlos Borromeo para los amigos y patrono de la lucha contra la peste). Esta hermosa construcción se la debemos al emperador Carlos VI, tocayo del santo en cuestión, quien la erigió en agradecimiento por la mística labor del canonizado durante un brote de peste en 1713.
Su hermosa cúpula de oxidado bronce turquesa superaba en altura por unos pocos palmos los solemnes pilares que custodiaban la entrada.
Si bien las cúspides de aquellas columnas se ufanaban de sus ornamentos en oro y bronce, lo que a mí más me llamó la atención fueron los detalladísimos relieves en espiral de sus fustes. La talla sobre su superficie estaba dedicada a representar escenas de la vida del santo que le da nombre a la iglesia.
A metros de los portones del eclesiástico recinto, nos encontramos con una mesita atendida por dos jóvenes en la que vendían entradas para un recital a realizarse esa misma noche en el interior de la iglesia.
La velada musical se anunciaba de lo más atractiva; incluía ni más ni menos que Las cuatro estaciones de Vivaldi y otras piezas con la participación estelar de una cantante de ópera.
Honestamente, pasar la primera noche en Viena escuchando música de cámara en una iglesia barroca del siglo XVIII era una de esas oportunidades únicas en la vida. Dispuestos a aprovecharla, pelamos tarjeta y gatillamos sin dudarlo.
Un tanto entusiasmados por nuestro programa nocturno comenzamos nuestro viaje hacia el casco histórico a través de la amplia plaza redundantemente llamada Karlsplatz.
Sin embargo, a los pocos pasos, caímos en la cuenta de que era mediodía y necesitábamos abastecernos de víveres y, más importante aún, almorzar.
Dicho y hecho, a poco de cruzar la Ringstrasse, famosa avenida circular que rodea el centro de Viena, pegamos media vuelta y fuimos a un supermercado para proveernos de lo básico e indispensable.
Concluidas las compras, era hora de ocuparse de nuestro almuerzo y para ello enfilamos hacia el cercano Naschmarkt, el mercado callejero más popular de Viena. Flanqueado por la calle Wienzeile a diestra y unas vías de tren a siniestra, el Naschmarkt ofrece sus infinitos productos desde el siglo XVI.
Frutas, verduras, chocolates, café, especias, carnes vacunas, pescados, vinos, quesos y fiambres de todas formas y colores son apenas una pizca de todo lo que allí se puede encontrar.
Y no vayan a creer que por ser un mercado callejero los puestos eran improvisados. Todo lo contrario, cada local del mercado estaba dispuesto como si uno entrara a un shopping con mercadería de primera.
No obstante, como teníamos un ragú que daba calambre, decidimos posponer la visita a fondo del mercado para después de la comida. A tal fin, les cuento que el Naschmarkt también cuenta con más de un restaurante entre sus filas y el afortunado receptor de nuestra presencia (y euros) fue uno llamado Stella.
A poco de sentarnos, la joven camarera nos trajo los menús y, al oírnos conversar, inmediatamente nos comenzó a hablar en español. Tan sorprendidos como agradecidos por poder pedir la comida en nuestra lengua materna, encargamos felizmente nuestros platos.
En ese momento recuerdo haber estado sumido en esa reconfortante sensación que debe invadir a más de un viajero cuando se siente realmente a gusto en un lugar y a punto de disfrutar una rica comida.
Así de bien me sentía que pensaba que el momento no podía ponerse mejor. Pero sepan que me equivoqué ya que mi bienestar subió un par de peldaños cuando tuve ese potente Hühnerschnitzel frente a mí.
¡No se asusten! Mi elección culinaria suena y se escribe más complicado de lo que es. Mi Hühnerschnitzel no era ni más ni menos que una milanesa con papas fritas acompañadas por algo de ensalada. Cada bocado me acercaba mentalmente hacia mis pagos del otro lado del Atlántico. Viena ya se empezaba a sentir tan bien como estar en casa…
No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post El palacio y los jardines de Schönbrunn