Regalo de recibida
Corría el mes de octubre de 2013, la presentación de la tesina de mi novia se acercaba y con ello la culminación de su Licenciatura en Ciencias Biológicas. Fue por eso que comencé a elucubrar un plan para regalarle algo especial en reconocimiento por tanto esfuerzo y constancia.
Por lo tanto, puse manos a la obra y decidí que aquel regalo se materialice bajo la forma de un viaje cuyo destino venía rondando por mi cabeza hace rato. Sabía de su interés por conocer Perú, aquel andino país con costa al pacífico, cuna de tan enigmática civilización, tierra del Inca y tanto más.
No sé si alguna vez se habrán encontrado en la posición de planificar un viaje sorpresa, pero puede resultar bastante complicado coordinar fechas, evitar que el secreto salga a la luz o incluso aguantar la ansiedad por contarlo.
Dados mis compromisos laborales (porque después de todo yo iba a ser parte del regalo también), el viaje debía ser en enero, época que coincidía con la temporada baja y que mi novia tenía libre para vacacionar. A fin de dejar la menor cantidad de detalles librados al azar, decidí contratar una empresa de viajes para que se encargue de todo, lo cual es algo muy poco frecuente en mí. No obstante, la ocasión ameritaba que el plan saliera a la perfección.
Tras un ida y vuelta con la agencia de viajes, definimos un itinerario de 9 días por el sur del país. De los pasajes se ocuparían ellos para lo cual tuve que hurtarle el pasaporte a mi novia y mandarles a escondidas una copia de la primera página.
Por aquellos días el cepo cambiario era protagonista en Argentina y la cotización del dólar era un juego de azar que me exigía saldar el pago del viaje lo antes posible a fin de evitar sorpresas. Ni bien pude reunir el dinero, les hice una transferencia y congelé el precio solucionando un posible futuro problema al mejor estilo Tom Cruise en Minority Report.
Otros menesteres que tuve que sortear hasta el día de su graduación y el consecuente anuncio de la sorpresa fueron los de evitar o tergiversar conversaciones respecto de nuestras próximas vacaciones o bien tener cuidado con las múltiples publicidades de pasajes y paquetes a Perú que se entrometían sin permiso en mi computadora como resultado de la búsqueda de información previa sobre ese destino (malditas “cookies”).
Finalmente el día llegó, la tesina fue un éxito y una inmensa sonrisa se dibujó en su rostro al enterarse de que en pocos días estaríamos recorriendo tierras peruanas.
Un vuelo de LAN nos depositó en Lima (que esta vez no sería escala) donde un empleado de la empresa Viajes Pacífico, subcontratada por nuestra agencia de viajes, nos recibió y trasladó en taxi hacia el hotel El Tambo ubicado en el coqueto distrito de Miraflores.
Tras dejar las valijas, y aprovechando que era temprano, salimos a dar un paseo por la capital peruana el cual nos llevó por las empinadas escaleras de la costanera hacia la pedregosa playa bañada por el océano Pacífico. Nos entretuvimos un rato fotografiando cangrejos, erizos y algún que otro bicho más que tuvo la mala suerte de encallar en las rocas.
El retorno cuesta arriba hacia la ciudad por las mismas escaleras se convirtió en un desafío que enfrentamos con entereza y sin chistar. El cielo eternamente nublado de Lima fue un aliciente ante tanto escalón evitándonos el castigo de los punzantes rayos del sol.
Una vez arriba, seguimos recorriendo la hermosa costanera que presentaba una extensión decorada con coloridos mosaicos al mejor estilo Gaudí y una gran escultura de una pareja besándose apasionadamente elevada un par de metros sobre nuestras cabezas.
Se acercaba el mediodía, y con ello, las ganas de comer. Un local de comida rápida nos atrajo con su sándwich de chicharrón y sus jugos frutales, tras lo cual retornamos al hotel para embarcarnos en tour por la ciudad que nos ocuparía la tarde.
Durante el regreso, presenciamos una pareja de novios ingresando a una bonita iglesia, vestidos para la ocasión y listos para dar el sí, quizás augurándonos un buen viaje.
El tour por la ciudad nos llevó en primera instancia a conocer Huaca Pucllana, una monumental pirámide escalonada ubicada en pleno Miraflores. Al descender del autobús, subimos por sus márgenes para conocer un poco de su historia y sus prácticas funerarias.
En el camino, nos hicimos amigos de un viringo peruano, un perro sin pelo autóctono del lugar que paseaba por ahí buscando algunos mimos. La ausencia de pelo y su piel unos grados más caliente de lo normal, convirtieron las caricias en algo tan curioso como tierno.
La continuidad del recorrido nos llevó hacia una zona más céntrica: la Plaza de Armas. Aquel espacio abierto se encontraba vigilado por la Catedral de Lima, una hermosa construcción adornada por impresionantes balcones hechos de madera tallada que sobresalen de la fachada con el merecido propósito de hacerse notar. A su vez, el paisaje lo completaban algunos edificios gubernamentales teñidos de un característico color amarillo, símbolo limeño.
A tan solo un par de cuadras de allí, visitamos el Convento de Santo Domingo en donde recorrimos las rojinegras galerías del claustro principal que enmarcaban un cuidado jardín con una fuente de piedra en su centro. Además, sus pasillos nos llevaron hacia la centenaria biblioteca del convento, refugio de piezas incunables con un valor histórico incalculable.
Promediando la tarde, regresamos al hotel para descansar un poco ya que en todo el día no habíamos parado un segundo. Una ducha y un par de horitas tirados en la cama fueron suficientes para renovarnos y, ya de noche, salir a comer a un restaurant por la zona.
Teniendo el mar a pocos pasos, me incliné por un pescado con papas fritas y para beber, la famosa chicha morada, un jugo dulce de un púrpura bien intenso. La velada fue acompañada por un show de guitarras con repertorio propio pero permeable a las peticiones del público entre las que se destacaron La Bamba y Guantanamera.
Aquella fue nuestra primera y única noche en Lima dado a que al día siguiente, a las 6 de la mañana, nos aguardaba un vuelo en dirección sureste hacia la ciudad de Arequipa.
No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Nuevos amigos en la ciudad blanca