Sabores vieneses

Sabores vieneses

25 julio, 2022 2 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior El palacio y los jardines de Schönbrunn

A la vuelta de nuestra visita palaciega enfilamos derecho hacia el centro de la ciudad en busca de un lugar para saciar nuestras ansias de almuerzo. De casualidad tropezamos con el pintoresco Café Schwarzenberg ubicado sobre los confines del casco histórico delimitado por la Ringstrasse.

Aquí quiero hacer una aclaración, la mentada Ringstrasse es más bien un conjunto de calles consecutivas con sus respectivos nombres propios. En esta oportunidad nos adentramos en el café que se hallaba apostado en la sección denominada Kärntner Ring.

Al ingresar al lugar 2 cosas me llamaron a atención. En primera instancia me sorprendió la poca concurrencia siendo aquella una zona de intensa circulación. Quizás la escasa presencia estuviera justificada por ser un día sábado, vaya uno a saber…

En segundo término, a poco de entrar me terminé convencer de que todo en Viena es perfecto. Los revestimientos de madera, las luminarias antiguonas, las sillas de respaldo circular tapizadas con cuero, las mesas de granito y las pinturas expuestas en cada pared de los “boxes” de asientos destilaban tradición.

Almuerzo
¿Y la gente dónde está?
Almuerzo
El Tortoni vienés

En cierta forma me hizo acordar al legendario Café Tortoni, bastión cultural de Buenos Aires. Además, en ambos casos, nuestra joven presencia hundía bastante el promedio etario de la clientela.

Fue en uno de esos “boxes” con vista hacia la calle que bajamos un cambio para degustar algunas delicias locales. En mi caso me incliné por un Eiernockerl también conocido como “fideos austríacos con huevo”. El plato estuvo exquisito y venía acompañado por una modesta ensalada de hojas verdes como para darle color nomás.

Almuerzo Viena
Eiernockerl en todo su esplendor

Pero la nota de color la dio mi hermano menor que se pidió un par de salchichas austríacas que venían acompañadas por una guarnición de papas con algo de aderezo repostado sobre un costado del plato.

El hecho es que mi hermano venía metiendo bocado tras bocado como un campeón mientras charlábamos sobre la continuidad de nuestro día. En un momento, tuvo la razonable idea de untar uno de esos bocados con algo del aderezo en cuestión y que, vale aclarar, tenía muchísimo aspecto de mostaza. Ahí fue cuando su voz dejó de escucharse en la conversación…

Mi otro hermano y yo seguíamos charlando y a los pocos segundos volteamos la mirada hacia nuestro hermano menor para conocer su opinión sobre algo que hoy no recuerdo. Sus ojos vidriosos, su cara enrojecida, su tos intermitente y su desaforada necesidad de agua nos decían que algo raro estaba pasando.

Pero no se alarmen!!! No se estaba ahogando ni estaba teniendo una reacción alérgica, nada de eso. Resulta que ese aparentemente inofensivo aderezo estaba hecho con algo llamado Kren, un rábano ultra picante muy típico de la cocina austríaca.

Como mi hermano desconocía el origen de tal amenaza, le entró sin asco a esa pasta y a los pocos segundos los resultados se hicieron notar. Por supuesto que lo primero que hicimos fue matarnos de risa luego de lo cual decidí probar una pizca de aquel terrorista del sabor. Créanme que no era solo picor lo que contenía el también llamado “rábano de caballo”, ahí había algo más y era literalmente incomible.

Una vez mi hermano menor estuvo repuesto del ataque del rábano, levantamos campamento y nos aprestamos a recorrer la ciudad que ya estaba totalmente cubierta por la cálida luz del sol.

Logo

Al andar por las calles vienesas entendí por qué el restaurant estaba vacío: toda la gente estaba en la calle ya sea de compras o paseando. Al ser fin de semana, algunas avenidas se transformaron en peatonales de las que brotaron incontables puestitos callejeros.

La mezcla entre el día soleado, temperatura de verano y fin de semana era la combinación ideal para arrancar a la gente de sus hogares en pos de disfrutar su ciudad como un turista más. Nosotros, si bien no éramos ciudadanos austríacos, tampoco íbamos a ser la excepción…

Paseando por Viena
¡Acá estaba la gente!
Paseando por Viena
De paseo por Viena

Fue así como, paso a paso, llegamos hacia la celebérrima catedral de San Esteban con sus dos torres campanario, su torre de aguja y su característico tejado de colorido zigzagueo. Como ya sabrán, tengo una debilidad por la arquitectura eclesiástica, particularmente por la representada en estilo gótico. Y en Europa, de eso hay mucho.

Catedral Viena
La imponente catedral de San Esteban

Si su exterior era hermoso, su interior estaba al mismo nivel. Un piso de baldosas infinitas entrometido por columnas cargadísimas de iconografía religiosa aparecieron al primer golpe de vista. Las galerías laterales cubiertas por techos de arco y agraciadas con una inmejorable luz natural, cortesía de los espigados ventanales, invitaban a recorrerlas más de una vez.

Si bien el acceso a la parte del altar mayor estaba restringido, desde lejos se vislumbraban sus coloridos vitrales testigos de infinitas misas. De hecho, allí tuvo lugar la boda y posterior funeral del genio Mozart.

Una de las actividades más interesantes que se pueden realizar allí es la visita a las catacumbas. Sin embargo, dado que tal actividad requería una visita guiada con reserva previa, nos quedamos con las ganas. Quizás en otro momento podremos satisfacer nuestra curiosidad por asuntos fúnebres…

Catedral Viena
Gótico por doquier
Catedral Viena
Vitrales allá arriba

Ya totalmente sumergidos en el centro histórico de la ciudad, fuimos a visitar el atractivo reloj Anker construido a principios del siglo XX. Además de lo bonito de su aspecto, este reloj conecta dos oficinas a través de un puente y es muy popular entre los turistas.

Es más, con el inicio de cada hora comienza a sonar una música clásica acompañada por el desfile de una figura distinta. Entre los personajes que salen a saludar podemos encontrar a Marco Aurelio, Carlomagno, María Teresa I y el compositor Haydn, entre otros.

Anker
Entre dos edificios...
Anker
...encontramos el hermos reloj Anker

A poco más de 5 cuadras de allí llegamos a otro de los infaltables puntos turísticos de la ciudad: la Columna de la Peste de Viena. Este alto monumento de mármol con porciones de brillante dorado fue erigido en honor a la Santísima Trinidad por su “labor” por salvar a la ciudad del brote de peste de fines del siglo XVII. De hecho me hizo acordar mucho al que vimos un par de días atrás en Linz.

Peste
Nuestro segundo monumento a la Peste

Miren si el tiempo habrá pasado volando que entre caminata y regocijo turístico, de golpe y porrazo, se había hecho la hora de merendar!!!

Para esta ocasión, desde los días de planificación en Buenos Aires ya le habíamos puesto el ojo a un café muy tradicional de Viena: el Café Central. Habiendo abierto sus puertas a mediados del siglo XIX, este café cuenta con un palmarés de ilustre clientela intelectual entre los que destacaron, por ejemplo, Sigmund Freud y León Trotsky.

Con afán de que se me pegue algo de aquella intelectualidad, pero con más ganas aún de hincarle el diente a sus delicias austríacas, ingresamos al famoso café ubicado en la intersección de Herrengasse y Strauchgasse.

Café Central
El mítico Café Central

Como ya venía siendo costumbre en Viena, el lugar era una obra de arte en sí. Los techos abovedados descansando sobre múltiples columnas de fría piedra pulida fueron lo primero que saltó a la vista. En el ambiente se palpaba esa tradición únicamente asequible por décadas de impecable servicio y dedicación.

Luego de admirar su hermosa ambientación, me tomé un recreo para enfocar mi atención hacia la pastelería que yacía frente a mí y de la que me separaba un impertinente pero necesario vidrio. Honestamente, daban ganas de probar todo. PERO TODO…

Café Central
Un notable café de Viena

Entre las facturas había croissant, brioche de vainilla, pain au chocolat, bocaditos de strudel, cuadraditos de damasco y hasta pan danés (el favorito de Kent Brockman).

Café Central
Faturas

No obstante, las porciones de torta se llevaban todos los laureles. Cada porción acarreaba una finura en su presentación tan excelsa que hasta me daba pudor arruinarla con un bocado. Entre el catálogo de sabores desfilaban innumerables tipos de chocolates, cremas, vainilla, miel, yogurt, frambuesa, limón, frutilla, mazapán, malvavisco, maní, nuez, caramel (larga vida al dulce de leche) y muchos más.

Todavía no me había sentado a la mesa y ya estaba salivando cual perro de Pavlov. Cuando el maître nos acomodó en nuestros lugares, no dudé un instante en pedirme una de esas suculentas tortas con mucho chocolate, PERO MUCHO….

Café Central
Dame todo
Café Central
Pero todo!

Para acompañar tanta dulzura, o más bien para bajar cada bocado, pedí un auténtico café vienés como no podía ser de otra manera. Por su parte, mis hermanos se desquiciaron de igual forma con sus respectivas delicatesen. La diferencia estuvo en que mi hermano menor la escoltó con un café y mi hermano mayor con sus infaltables dos tacitas de té.

No se dan una idea lo que disfruté esa merienda. El lugar era fantástico, la comida exquisita y la compañía inmejorable. Por si ello fuera poco, nos enteramos de que se podía comprar un café en grano cuyo blend era exclusivo del Café Central. De más está decir que me traje una latita a casa, pero no para regalar… Este café era todo para mí y nadie más.

Café Central
Un café vienés y mi tortita

Al finalizar la merienda, el instinto explorador de mi hermano mayor lo llevó a adentrarse en las entrañas del establecimiento. En su afán por conocer, llegó a una zona que estaba cerrada al público pero que, gracias a la excelente buena onda de un camarero, se nos permitió conocer y fotografiar.

Si lo que había visto me había deslumbrado, esta parte era aún mejor. La zona parecía una suerte de patio techado rodeado de galerías superiores y un balcón sacado de un cuento de hadas.

Todo muy de época y mantenido con el merecido cuidado que se requiere. Según nos comentó el camarero copado, esa parte estaba reservada para eventos privados (y con justa razón).

Café Central
La perfección absoluta de Viena
Café Central
No puede ser más lindo

Si bien no eran más de las 7 de la tarde, se sentía como la medianoche por la cantidad de actividades que nos dimos el gusto de realizar. De hecho, un par de horitas en el departamento para un baño y procesar todo lo que habíamos conocido vinieron como anillo al dedo.

Sin embargo, resultaba imperante cerrar el día con unas cervezas en algún bolichito de por ahí. Cervezas que maridé con unos bocaditos fritos de jamón y queso con salsa de ajo que fueron la estocada final para cerrar otro día perfecto en la perfecta Viena.

Cena Viena
Para cortar con tanta dulzura

No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Visita al museo Belvedere

Logo