No conformes con ello, tras hacernos el check in, Kara nos condujo por un caminito de maderos con más de 50 cabañas en sus márgenes. Una de ellas sería nuestro hogar…
La cabaña era una especie de carpa gigante, o viceversa, aun no lo descifro. Tenía paredes de tela bien gruesa de un verde militar, mosquiteros en ventanas y cama, luz eléctrica, aire acondicionado, baño privado con agua caliente y un pequeño deck al fondo con vista a la jungla.
Faltaría a la verdad si les dijera que el desayuno y la cena no estaban incluidos. Si esto no era “glamping”, pegaba en el palo.
Ya instalados, retornamos a la zona de la recepción para reencontrarnos con Kara quien nos presentó a una pareja de jubilados escoceses que serían nuestros compañeros de safari por un par de días.
Sin habérnoslo propuesto, el destino nos sonreía: un campamento impecable y solo cuatro personas en una camioneta (más la guía) auguraban una experiencia fantástica.
Excelente, como de costumbre, la amena descripción del Kruger. Me sacudo unas motas de polvo que tengo en la ropa, con ello quiero resaltar la realidad que trasciendo de la narración. Arriba Manu.
Qué manera de sumergirte en la narración!!! Envidiable!
Un abrazo grande!!!
“Las papas fritas en el jarro de loza y la pala oficiando de plato denotan lo careta del restaurant.” jajaja me encantó el cierre. Gran experiencia, me hubiese gustado ir al Kruger también. Debe ser impresionante vivir esa experiencia de tener a esos animales en su propio hábitat y que el visitante sea uno.
Están tan cerca que dan ganas de estirar la mano y acariciarlos