Luego de nuestro primer contacto playero con el Atlántico, la zona central de Costa Rica, tan selvática y volcánica, sonaba demasiado tentadora como para dejarla pasar y hacia allí partimos. Sin embargo y para nuestro pesar, la conexión con San José era inevitable.
Esa ciudad nos ponía nerviosos con sus esquinas anónimas, transeúntes no muy duchos a la hora de dar indicaciones y taxistas que se nos abalanzaban insistentemente para conseguir un viaje, sumado a un amigo que se había insolado y parecía un caramelo “Palito de la selva”. Nuestro objetivo era claro: salir lo más pronto de allí.
Era el mediodía y picaba el bagre por lo que tuvimos que parar a comer algo al paso en una especie de confitería. Mientras tanto, los mismos taxistas que nos habían pisado los talones buscando un pasaje minutos atrás, ahora nos esperaban afuera vigilándonos atentamente por si nos escapábamos.
Superada nuevamente la capital, llegamos a La Fortuna, una ciudad ubicada al pie del volcán Arenal, aquel que, cuando las nubes lo permiten, asoma su cúspide. Dicen que dependiendo de la época del año, es posible ver algunas emisiones ígneas del cráter las cuales montan un espectáculo nocturno digno de ver.
Qué paisajes fantásticos!!!
Naturaleza en estado puro!