Y un día, conocí el Pacífico

Y un día, conocí el Pacífico

30 diciembre, 2019 8 By Manu

Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Volcán, selva y relax

Con la frondosa jungla y los picantes volcanes despidiéndonos, resolvimos que era pertinente volver a saborear la costa, solo que en este caso sería la del océano Pacífico.

El pueblo, Tamarindo, era claramente el destino más orientado hacia la juventud, con bares y boliches abiertos hasta bien entrada la noche. Repitiendo nuestro modus operandi de Puerto Viejo, ni bien llegados y de noche, nos pusimos a buscar alojamiento hasta que apareció un hostel de sugestivo nombre, lleno de viajeros jóvenes que buscaban salir de fiesta y volver rotos. No era lo mejor, pero era lo que había.

Hostel La botella de lche
Lo único que pudimos encontrar dadas las circunstancias

Las playas de Tamarindo eran amplísimas, vastas diría, y sus arenas solo se veían interrumpidas por algunos puestitos de clases de kayak y surf. Tanto espacio nos vino como anillo al dedo para bajar varios cambios respecto del sinfín de actividades que veníamos acarreando a cuestas. Playa, mar y comida… Ese fue el plan de vuelo en Tamarindo.

Tamarindo
El sol todo lo alcanza...
Tamarindo
...hasta que se va a dormir
Logo

Dos días en Tamarindo nos resultaron más que suficiente y resolvimos que era momento de continuar. No teníamos demasiada información sobre nuestra siguiente parada, apenas una recomendación recogida por una conocida de una amiga en Buenos Aires. Menuda sería nuestra sorpresa al descubrir que Samara se convertiría en lo mejor de nuestro viaje.

Contratamos un remís cuyo conductor Ivan nos dio charla todo el trayecto. Amante del Jägermeister, bebida que descubrí en Manzanillo, Ivan nos contó sobre su vida y sus ganas de visitar Argentina, probar su carne, conocer su noche. Más avanzaba el viaje, más profunda se ponía la charla, al punto tal de contarnos que tenía un hijo pero que no podía verlo porque la madre no lo dejaba.

Más allá de su aparente actitud desenvuelta y festiva, ese tema era algo que lo tenía a mal traer ya que su hijo era su prioridad, como es de esperar. En un punto del trayecto soltó otra frase que recaló fuerte en mi memoria: “Hay que elegir muy bien con quien vas a tener tus hijos”.

Con Ivan
Llegados a Samara con el fenómeno de Ivan

Arribados a destino, encontramos un hostel llamado “El Ancla”, custodiado por un perro chihuahua bastante molesto (que me acabaría mordiendo), que ofrecía lo que buscábamos: dos habitaciones con dos camas y baño privado. Lo que nunca nos imaginamos es que nuestras habitaciones tendrían salida al mar a solo unos pasos de distancia.

Era como tener una playa privada para nosotros, con árboles que daban sombra, unos troncos para sentarse, el mar a nuestra disposición y unos barcitos playeros bien puestos con música reggae y comidas simples pero rendidoras. Por ejemplo, cómo olvidar aquellos cheese fingers, una especie de burritos con abundante queso, palta y pollo.

Playa cerca
La playa a 10 metros
Samara
Nuestro patio trasero
Amigos
Chillaxing...
Cheesefingers
Cheese fingers... La perdición...

Cuando parecía que no se podía poner mejor, encontramos un lugar para comer que vendía langosta al ajillo y, como nunca la había probado pero su reputación la precedía, decidí darme el gusto. Tal fue la experiencia culinaria que al día de hoy sigue siendo mi plato favorito.

La pacífica playa de Samara realmente se esmeró en su intento por cautivarnos con sus escenarios. El sol omnipresente no parecía encontrar obstáculo hacia la desguarnecida arena blanca y fina. Por su parte, la imagen de unos caballos sin dueño y su cría paseando por la costa con su reflejo en la arena mojada aparentaba invocar una pintura que podría estar expuesta en cualquier galería.

Langosta al ajillo
Langosta al ajillo en el restaurant Jardín Marino. Lo mejor de lo mejor
Caballos
La mejor foto del viaje
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Hubiese sido lindo permanecer allí, pero se nos acercaba el final del viaje y Montezuma nos esperaba a la vuelta del golfo de Nicoya. Quizás un poco agotados por tanto viaje, nuestro tino a la hora de elegir alojamiento no fue el mejor y desembocamos en un hostel que cortó su suministro de agua al poco tiempo de haber pagado la habitación y con un boliche al lado.

Al manifestarle nuestro descontento al joven administrador, que no tenía más de 30 años, solicitamos que nos devolviera la plata (por la falta de agua, del boliche nos hacemos cargo) pero trató de disuadirnos.

Nuestra insistencia fue mayor y logramos recuperar el dinero de una noche, solo que ahora había que salir cargando los bolsos a buscar dónde dormir. Por suerte, tuvimos éxito rápidamente y alquilamos una habitación con cuatro camas, baño privado y un ventilador de pie atornillado al cielo raso haciendo las veces de ventilador de techo.

Cama
Alojamiento Nº1
Hamacas
Alojamiento Nº2
Ventilador
Lo atamo´con alambre...

Montezuma no poseía playas tan amplias como Tamarindo pero lo complementaba con excursiones a otras zonas que sí las tienen como la Isla Tortuga, una playa paradisíaca de agua turquesa, arena fina e islotes de piedra caliza. Nuestra corta estadía transcurrió entre partidos de fútbol y baños de mar y de sol.

Isla Tortuga
Playa de la Isla Tortuga
Agua turquesa
Y sus aguas turquesa vibrante

Recuerdo una mañana haberme despertado bien temprano y, mientras mis amigos dormían, decidí salir a caminar por más de una hora bordeando la costa con algunos pasajes en los que yo era la única alma en el lugar. Aquella caminata incluyó una zona de puesta de huevos de tortugas marinas (si bien era solo arena porque estaba fuera de temporada) y el avistaje de alguna que otra iguana, pero lo más hermoso fue sentir mi pequeñez ante tanta inmensidad. Al regresar, infructuoso fue mi intento de guiar a mis amigos por mi recorrido ya que, como era de esperar luego de unas horas, la marea había bajado, la gente había salido a pasear y el momento se había esfumado.

Montezuma
Momento de introspección en Montezuma
Piedras
Equilibrio en soledad

La última noche en Costa Rica nos encontró en un boliche con nuevas amistades españolas, Los Auténticos Decadentes y Los Fabulosos Cadillacs como banda sonora, un par de tragos y un fogón en la playa con más de un extranjero desconocido. Al día siguiente nuestro itinerario era agitado ya que una camioneta debía depositarnos en un ferry para cruzar todo el golfo y luego tomar un taxi que nos deje en el aeropuerto. Si los tiempos eran de por sí ajustados, imaginen si encima una parte del contingente nunca volvió a la habitación a dormir. Sea por mérito de la suerte o del destino, el grupo pudo partir completo, con más o menos sueño encima, y el avión no se nos escapó.

Ferry
Última imagen de Costa Rica desde el ferry. Sé que nos volveremos a ver...

Considero este viaje como el primero de mi vida y, si bien fue en el año 2011, lo tengo grabado a fuego en la memoria. Experiencias de vida como las de Bora y Zlata, El Tío, Ivan y sus consejos me marcaron. Presenciar un paraíso natural y la calidez de los ticos con su “Pura Vida” y su “Mae” es algo que no se olvida.

Pero sobre todo, compartir con amigos tamaña experiencia fue algo mágico e irrepetible. Estoy seguro de que voy a volver a Costa Rica, pero también sé que nunca va a ser como aquella vez. Va a ser diferente y quizás es mejor que así sea.

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