Deleitados como nunca en nuestra corta visita coreana, salimos de aquel lugar extasiados por tanta belleza. Para bajar un poquito a la realidad, fuimos a almorzar a un boliche cercano en el que me pedí otro de los platos característicos y más conocidos de la cocina local: el bulgogi.
A diferencia de la picante experiencia de la noche anterior, esta carne de ternera marinada cortada en trocitos resultó mucho más amigable y disfrutable para mi paladar.
No obstante, el bulgogi quedó relegado a un segundo lugar ya que uno de los platos acompañantes brilló con sabor propio. A simple vista parecía ser un caldo comunacho con un par de hojitas verdes decorativas, pero al probarlo, un sabor salado y ahumado me sorprendió sobremanera.
Para descartar una desconfiguración de mi paladar, mi novia probó un poco y coincidió con el mismo veredicto: ese caldito estaba espectacular.
Infructuosos fueron mis intentos de pedirle al camarero el nombre de tal exquisitez. Solo pude captar un par de sonidos que tenían más pinta de onomatopeya que de palabras. Lo único que pude rescatar fue la foto de aquel almuerzo, el nombre del plato en el menú y el del lugar (todo en coreano).
Es fija, cuando regrese a Corea del Sur, uno de mis objetivos será volver a probar ese sabroso sidedish.