El circuito por los interiores de esta residencia de veraneo de los Habsburgo estaba delimitado por unas cuerdas rojas al mejor estilo entrada de gala para el teatro.
Por dentro era todo suntuoso, desde los pisos de madera interrumpidos por alfombras finísimas hasta los muebles tallados a la perfección y tapizados exquisitamente.
En casi todas las esquinas de las habitaciones me percaté de la presencia de unos raros y vistosos elementos de casi 2 metros hechos con un material similar a la porcelana. Por suerte, mi fiel audioguía sabía de qué se trataban y me comentó que eran estufas para calefaccionar los crudos inviernos. Sin embargo, no debían darle demasiado uso ya que no era la residencia real predilecta durante dicha estación.
Mientras nos abríamos paso entre tanto lujo, llegamos a una habitación con una característica bien particular. Allí, un niño de tan solo 6 años llamado Wolfgang Amadeus Mozart deleitó a la emperatriz María Teresa con un concierto de piano. Tras aquel auspicioso debut real, la carrera del genio Mozart solo le depararía un éxito tras otro hasta morir en la injusta pobreza.
Podría dedicar extensas líneas para describir la siempre interesante y omnipresente decoración rococó, pero voy a hacer hincapié en un recinto en particular: la Gran Galería.
Este salón de 40 metros de largo por 10 de ancho es el lujo por antonomasia. El cielo raso cubierto con frescos fastuosos, las molduras doradas delineando cada rincón, un par de pesadas arañas iluminándolo todo y el piso impecable de madera eran tan sublimes que encandilaban.
Me imagino la cantidad de recepciones y bailes reales que deben haber pasado por allí… De hecho en la actualidad se suele emplear para la realización de recitales de música de cámara y ballets.