Aquel fue el último punto de reencuentro familiar. Una parte del grupo aprovechó para subir a los pies de la escultura del color del sol en busca de una vista privilegiada de la ciudad.
Como en días anteriores, regresamos al departamento para cenar en familia y compartir nuestras experiencias a sabiendas de que era el último momento europeo reunidos. Al día siguiente, mis hermanos y cuñadas deberían partir en tren hacia Praga. Por otro lado, mi madre, mi novia y yo teníamos cita en el aeropuerto de Tegel con distintos puertos aguardándonos: ella para Copenhague y nosotros hacia Madrid.
Como habrán notado, conforme fue avanzando este eurotrip familiar, cada parte del grupo fue armando su propio itinerario en consonancia con sus gustos y curiosidades. Si bien en un comienzo el plan era tratar de compartir lo más posible todos juntos, se impuso la sana conducta de explorar un tanto en soledad y otro en compañía.
El último día en Berlín cayó como anillo al dedo para una necesaria descompresión familiar luego de tanto viaje en conjunto. Ahora, solo restaba contar los minutos para pisar las más cálidas y familiares tierras de España.
Aquel fue uno de esos viajes que difícilmente se repitan, por el tamaño del grupo, por la coordinación de agendas y porque con el paso del tiempo nuestros intereses se bifurcan cada vez más. Sin embargo, por fortuna (e iniciativa materna) el viaje ocurrió y quedó en mi memoria como una de las experiencias más bonitas de mi vida.