Mientras veía a los peces nadar a nuestro alrededor, mi novia me señaló una anémona bajo nuestros pies que no despertó en mí mayor interés. No obstante, lo que ella me estaba marcando eran los huéspedes del cnidario: un cardumen de peces payaso que se inmiscuían entre los tentáculos de su anfitrión.
Fue tal mi sorpresa que no pude evitar llevar mis manos a la cara como tratando de apaciguar un poco mi sonrisa. Aquel grupo de simpáticos primos hermanos de Nemo me maravilló con sus vívidos colores naranja, negro y blanco. Pero más hermoso se sintió el poder presenciar tan hermosa porción de naturaleza deambulando libremente en su hábitat.
Mientras admiraba los colores de las profundidades, un inoportuno pinchazo en mi pierna me llamó la atención. Al girar sobre mí para ver de qué se trataba, me percaté de un pequeñito pez flotando a un metro mío con sus ojos saltones clavados en mi humanidad.
En ese instante caí en la cuenta de que, casi por un inevitable designio kármico, acaba de ser víctima de la ferocidad del Chocolate Fish. Se imaginarán que tal hecho fue festejado en silencio por mi novia quien no pudo evitar una merecida sonrisa socarrona.