Nuestra misión para el tercer día era clara: apostarse bien temprano en la fila para entrar al emblemático museo Louvre. Para ello, contábamos con la tarjeta Paris Pass, la cual, además de brindar numerosos descuentos, nos ubicó en una fila prioritaria que fluía al interior de la pirámide de cristal ante la recelosa mirada de aquellos que aún no tenían su entrada.
El haber estado allí minutos antes de la apertura pagó sus dividendos: los amplios pasillos y las majestuosas salas, que arquitectónicamente ya son una obra de arte en sí, estaban prácticamente vacíos.
Como todo turista primerizo, inmediatamente fuimos a buscar a la reina del lugar: La Gioconda de Da Vinci la cual reposaba blindada tan eterna y mística. Pudimos acercarnos sin problemas hasta donde el personal del museo lo permitía e incluso tuvimos tiempo de sobra para sacarnos varias fotos sin ser molestados. Una inmejorable forma de empezar el día, no?
La sala que albergaba a la Mona Lisa estaba tapizada con obras de menos renombre pero igual de geniales, algunas de tamaños pasmosos y que podrían ser la atracción principal de cualquier otro lugar. Una buena recomendación para visitar el museo es la de avocarse a unos pocos sectores que resulten de interés ya que la inmensidad del recinto hace que sea imposible recorrerlo en su plenitud en un solo día.
Qué maravilloso viaje!!! Leerlo es estar viajando con vos Manu. Además de las preciosas fotos, puedo llegar a sentir los sabores! Congrats!
Muchas gracias!!
Algunas fotos de las comidas son bastante tentadoras no? 😀
Un artículo súper interesante amigo, me ha gustado volver a recordar esta preciosa ciudad del Amor al leerlo!!
Muchas gracias Romi!
París tiene tantísimo para visitar.
Beso y éxitos con el blog!