“¿Pero qué hay en Tobago?”
Fue atornillado en mi silla que, en pleno raid buscador de pasajes para las próximas vacaciones, di con la aerolínea brasileña GOL ofreciendo ofertas muy accesibles hacia un Caribe algo más alejado de los circuitos tradicionales.
El motivo de estas tentadoras ofertas recaía en que al año siguiente, 2016, los juegos olímpicos tendrían lugar en Río de Janeiro. Por lo tanto la empresa, buscando fomentar la visita de los fanáticos caribeños para enriquecer sus arcas, decidió tender puentes aéreos hacia un destino bastante particular: Trinidad y Tobago.
Lo loco de todo esto, además de que las ofertas se extendían hasta Buenos Aires, era que el destino final no era Puerto España, la capital de Trinidad y Tobago, como sería de esperar. Nada de eso, la ruta llegaba a la pequeñita isla de Tobago lo cual lo hacía, desde mi perspectiva, mucho más tentador.
Cuando le comenté a mi novia de estas ofertas, me miró con extrañeza y me dijo: “¿Pero qué hay en Tobago?”. La verdad es que yo tampoco tenía mucha idea, más allá de suponer que era un lugar bastante playero como todo rincón del Caribe. Sin ánimo de empezar a guitarrear sobre las bondades de nuestro próximo destino, decidí sumergirme en internet para descular las nociones más básicas de esta misteriosa islita.
Tras hurgar durante horas, me topé con mytobago.com donde encontré infinidad de información sobre actividades, hospedaje, transporte y misceláneos que me terminó de convencer para sacar los pasajes.
El paso siguiente era buscar alojamiento lo cual nos llevó a decidir en qué parte de Tobago íbamos a estar esas dos semanas. De repente la islita empezaba a crecer.
Basándonos en comentarios y posteos de viajeros, resolvimos pasar la primera semana en un pueblito llamado Buccoo y la segunda en otro más pequeño llamado Castara. Eso sí, ambos con costa al mar Caribe.
Como les mencioné anteriormente, Tobago no formaba parte del circuito caribeño más tradicional por lo que la infraestructura turística no estaba tan aceitada. Aquello llevó a que, por ejemplo, la reserva de los alojamientos, en ocasiones, fuera a través de una semana de intercambio de mails con los mismísimos dueños de casa.
Para nuestra semana en Buccoo me contacté con el administrador de un departamento ubicado “algo alejado” de la playa (10 minutos caminando) llamado Coral Place. Luego de acordar las fechas de nuestra estadía, llegó el momento de pagar pero la página no tenía un método de pago por tarjeta de crédito.
Entonces, el anfitrión me pidió que le mande los 9 primeros dígitos de mi tarjeta de crédito en un mail, y los últimos 4 junto con la clave de seguridad y demás datos en un mail aparte. Qué años aquellos en los que uno vivía despreocupado y podía confiar en la gente…
Como tenía más ganas de asegurarme el hospedaje en Buccoo que preocuparme por una posible estafa, le mandé la información tal como me la pidió. Al día siguiente me envió por mail el ticket escaneado, de esos que te imprime el posnet, para dar fe de mi pago y concluir la reserva.
Ustedes creerán que, dada las enclenques circunstancias de esta transacción, hubiese sido entendible no querer seguir adelante con la misma. Pero también es cierto que probablemente la metodología de pagos de otros alojamientos por la zona pudiera haber sido similar. Sea como sea, ya teníamos nuestra primera semana bajo techo asegurada.
En cuanto a nuestro hospedaje en Castara, encontramos un lugar llamado Chenno´s Coffee Shop que estaba entre los más recomendados del pueblo. El lugar ofrecía un par de habitaciones tipo cabaña con baño privado y su principal actividad recaía sobre el restaurant apostado en la entrada.
En este caso, durante el ida y vuelta respecto del pago, el amigo Chenno me pidió una transferencia del 50% como anticipo. Dado que hacer transferencias al exterior no era algo en lo que estaba muy ducho por aquellos días, pude convencerlo de que nos reserve el lugar y pagar toda la semana en efectivo al llegar. Cuando hay Caribe de por medio, puedo ser muy persuasivo…
En fin, con pasajes y techo en mano partimos aquel día de enero desde el aeroparque Jorge Newbery con destino a Guarulhos, donde cambiamos a un avión de mayor calado, para finalmente despegar hacia Tobago.
Estando a bordo, me percaté de que estábamos aterrizando un par de horas antes de lo previsto lo cual me resultó demasiado bueno para ser cierto. Y en verdad que lo era, al parecer el pasaje incluía una desconocida escala extra que se encontraba pasando Tobago y de nombre Barbados.
Aquella hora arriba del avión fue toda mi estadía en Barbados lo que no resultó suficiente para considerarlo como uno de los países que tuve el placer de visitar.
Finalmente volvimos a despegar pegando media vuelta en un corto vuelo hacia el aeropuerto Arthur Napoleon Raymond Robinson cuya pista de aterrizaje comenzaba prácticamente en el mar. Menos mal que el piloto tenía buena puntería ya que, de pifiarle por unos pocos metros, hubiésemos metido un clavado digno de un oro olímpico en el mar Caribe.
El aeropuerto era tan modesto que daba ternura. Los mostradores para despachar las valijas casi al aire libre y unos terrenos cubiertos de vegetación bien cerquita de la pista de aterrizaje ya me empezaban a hacer una idea de que estas vacaciones iban a ser bastante relajadas.
Apenas saliendo del aeropuerto de juguete, nos subimos a un taxi que, para nuestra sorpresa, tenía el asiento del conductor del lado derecho! Como muchos sabrán, toda la región del Caribe fue territorio colonial de múltiples potencias europeas como España, Francia, Holanda o Gran Bretaña.
Muchas de ellas aún dependen política o, en mayor medida, económicamente de sus anteriores conquistadores. Por otro lado, varias de sus costumbres, idioma, deportes y cocina guardan una íntima relación con aquella introducida por los invasores.
Todo esto para decir que el asiento del lado equivocado es uno de esos vestigios del no tan lejano tiempo colonial. Dato de color: Trinidad y Tobago se independizó totalmente del Reino Unido recién en el año 1976.
Ya casi de noche en el invierno del hemisferio norte, llegamos a nuestro departamento en Buccoo que nos recibió sin nadie que atendiera a nuestros insistentes llamados. Algo desconcertados y preocupados por la situación, viendo que los minutos pasaban sin que el dueño apareciera, comencé a leer los mails en mi celular para tratar de encontrar alguna explicación. A un costado, el taxista, que fue testigo de la situación, observaba también preocupado.
Sin ninguna respuesta y con mi novia al borde de un ataque de nervios, resolvimos buscar un alojamiento que nos hospede esa noche hasta poder contactar al dueño del departamento.
El taxista, copado como él solo, nos llevó hacia el hostel de una conocida a quien le explicamos la situación. La primera reacción de la señora fue horrorizarse por el destrato que habían tenido para con nosotros, dejar varados a dos jovencitos turistas. ¿¡Qué corazón cruel podría ser capaz de tal desidia?!
Afortunadamente la señora tenía una habitación disponible y mientras ingresábamos, me colgué del Wi-Fi para repasar la catarata de mails cruzada con nuestro anfitrión. Allí, un poco más tranquilo sabiendo que tenía un techo para dormir esa noche, encontré un pequeño parrafito especificando que el encargado del alojamiento nos iba a estar esperando hasta las 3 de la tarde. Obviamente que ese detalle se me pasó de largo olímpicamente por lo que proseguí al siguiente dato de interés: su número de teléfono.
Con un poco de timidez y vergüenza, nos acercamos a la dueña del hostel para pedirle por favor si podía llamar desde su teléfono (llamada local para ella) al número en el mail para tratar de dar con el esquivo dueño. Por supuesto que la señora accedió casi como queriendo hacer justicia por nosotros y pudo contactarse al primer intento. Luego de una conversación en un inglés inentendible, cortó y nos dijo que el encargado estaba yendo hacia el departamento para encontrarse con nosotros.
Tras agradecerle en castellano, inglés, esperanto y swahili, llamamos a un taxi, que si mal no recuerdo era el mismo del aeropuerto que se ve que andaba dando vueltas por la zona, y llegamos a nuestro Coral Place. Allí, un pibe de no más de 30 años con rastas hasta los tobillos y el aspecto más despreocupado del mundo nos recibió.
Bastante molesto por la situación lo saludé de manera cortante y procedimos a ingresar a la casa que era exactamente lo que habíamos visto en las fotos, bien equipada y con bastante espacio. Protocolarmente nos explicó el funcionamiento de algunos equipos como el lavarropas o el horno eléctrico y nos entregó las llaves.
Finalmente, el muchacho, pacífico a más no poder, me ofreció sus disculpas por el mal entendido. Chocamos puños y se retiró, no sin antes mirarme sonriente a los ojos y decirme con un acento bien jamaiquino: “Respect, man”.
Quizás por la seguridad de saber que la situación se había resuelto favorablemente o por la tranquilidad de ver a mi novia más relajada, esas últimas palabras del joven encargado me cayeron tan bien que sentí realmente haber llegado al Caribe.
No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Un comienzo bien local
Muy entretenido Manu!
Muchas gracias!! 😀
jajajaj buen cierre de este accidentado arribo. Todavía no puedo creer igual cómo hiciste el pago del primer hospedaje. ¡Todo un aventurero!
A veces hay que confiar en desconocidos… no? 😛