Con la pericia que otorga la experiencia, el guía reservó lo mejor para el final: la catedral de Cuzco. La fachada se hallaba tapizada de bloques encimados, unas altísimas puertas verdes con herrajes, campanarios a los costados y arcos y columnas bien ornamentados.
Sin embargo, el exterior no le hacía justicia ni por asomo a su suntuoso interior inundado por frescos gigantes, figuras religiosas decorados con oro, arte pictórico por doquier, un coro espectacular hecho de madera tallada al milímetro, relicarios ostentosos y un altar que sería la envidia del mismísimo Vaticano.
No me sorprende que las fotografías estén prohibidas. Sospecho que a los dueños de casa debe darles vergüenza que la vulgaridad de tanto lujo pueda escapar del sacro recinto. Más allá de mi apreciación personal, lo que pude ver ahí adentro fue realmente maravilloso.