
Un reencuentro y una pizca de Toledo
Antes de seguir adelante te recomiendo leer el post anterior Visita al Museo del Prado
Si algo hace aún más bonito un viaje es compartirlo con amigos y quiero dedicar estas primeras líneas del relato a la cena compartida con nuestra amiga Alicia (¿se acuerdan de la española de Perú?).
Si bien habíamos estado pateando el día entero por toda la ciudad, luego de un baño reparador, nos tomamos el subte, combinación de por medio, en dirección norte hacia el Paseo de la Castellana cuyo skyline se distingue con su estadio Santiago Bernabeu y con su Torre Picasso.
Aún con algo de luz de día nos encontramos con Ali en un coqueto bar de tapas para disfrutar de un menú más gourmet de lo que nos imaginábamos. La velada estuvo repleta de recuerdos incaicos y salpicada esporádicamente con detalles de nuestra actualidad.
En un momento le comentamos Alicia nuestro itinerario para lo que quedaba de viaje y que íbamos a regresar a París a través de la aerolínea Vueling. En ese instante Alicia abrió los ojos y nos dijo: “¿En serio? ¿No habéis escuchado las últimas noticias de esa aerolínea?”.
Si te digo que sí te miento, pero resulta que Vueling había dejado varados a varios miles de pasajeros el fin de semana anterior por falta de aeronaves y pilotos. Al parecer no habían calculado con precisión el intenso flujo de pasajeros que la temporada alta acarrea consigo y estaban teniendo problemas importantes para hacer frente a sus compromisos lo que tuvo una repercusión mediática bastante importante. Obviamente que nosotros ni enterados.
En fin, el caso es que más allá de eso la cena fue un reencuentro muy lindo y nos despedimos con la promesa de otra reunión… en Buenos Aires tal vez. Como ya era tarde, nos tomamos un taxi hasta casa para zambullirnos de cabeza en la cama y recuperar energías para el día siguiente.
Amanecidos por el alba como de costumbre, empleamos nuestro último día en Madrid para escaparnos medio día hacia la milenaria ciudad de Toledo, bastión de la ancha Castilla. A contramano de la canción, nosotros nos subimos en Atocha y partimos a través de las serranías centrales españolas por poco más de una hora hasta deparar en la exquisita estación mudéjar de Toledo.
Sea por su estilo arquitectónico tapizado de detalles árabes o por el silencio pleno allí contenido, la estación parecía detenida en el tiempo, de la misma manera que me imagino muchos pueblos diseminados por el vasto territorio español deben permanecer.
Para acceder a la ciudad amurallada debimos caminar cerca de 20 minutos que se dilataron bastante como consecuencia del extremo calor de aquella tórrida mañana. Imagínense que en pleno verano, sin una nube en el cielo y en el centro del país el sol picaba como nunca antes en este viaje.
Una vez ubicados frente a las murallas de piedra, descubrimos unas escaleras mecánicas salvadoras hacia la cima de la fortaleza (Premio Nobel de urbanismo para el que se le ocurrió esto).
Claramente es más fácil conocer una ciudad cuando la gravedad juega a tu favor. Desde las alturas tuvimos el placer de contemplar la ciudad a nuestros pies, entrometida por el Tajo y delimitada únicamente por el horizonte.
En nuestro recorrido nos topamos con Santo Tomé, un opulento negocio especializado en mazapán (producto insignia del lugar) que presentaba en sus vidrieras una reconstrucción de la Puerta del Sol toledana hecha enteramente por dicho dulce.
Sus intrincadas callecitas nos permitieron deambular sin un destino fijo. Y suerte que así fue, ya que creo que parte del encanto del lugar se basa en apreciar sus paredes de piedra, los herrajes de las ventanas, las plazoletas bañadas por el sol, las iglesias y mezquitas a la vuelta de las infinitas esquinas y los balconcitos de quienes tienen la fortuna de vivir allí.
Desde mi punto de vista, lo más hermoso de Toledo se manifiesta a través de su arquitectura, herencia de los árabes siglos atrás y que tiene un valor cultural incalculable el día de hoy.
Tras un par de horas yendo de aquí para allá, llegamos a la conclusión de que era necesario parar unos minutos para almorzar, el lugar elegido: El Rey Toledano. Algo que disfruto mucho en mis viajes es probar comidas típicas del lugar y España se presta de lleno para ello. En este caso, y a pesar de los más de 30ºC a pleno, me incliné por unas carcamusas toledanas.
El plato consistía en una especie de guiso bien caliente compuesto por carne, tomates, guisantes, cebollas, ajo y algo de salsa picante con guarnición de papas fritas. A ver, el plato estaba fantástico y las gotas de transpiración que me nublaban la vista con cada bocado eran simultáneamente repuestas por una dorada y refrescante caña compañera.
Ante el hostigamiento del inclemente astro rey, decidimos emprender el regreso recorriendo callecitas nuevas que incluyeron la escondida puerta del reloj de catedral de Toledo y que nos desembocaron en la imponente puerta de Bisagra, una de las tantas que circundan la muralla.
Esta entrada (o salida) tan hermosa y cargada de historia nos mostró en una placa hecha de mosaicos una irrefutable cita del genio Cervantes: “Toledo, peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades”. Andá a buscarla al ángulo y sacá el medio…
Ya de regreso en Madrid teníamos bien presente que si volvíamos al departamento era para quedarla y descansar. Por ello fue que con gran voluntad, ni bien nos bajamos del tren fuimos directo al inmenso parque del Retiro, no sin antes abastecernos de agua mineral y un par de helados de agua al estilo Torpedo.
El parque era realmente hermoso, los anchos caminos de ripio flanqueados por árboles y arbustos oficiaban de circuito para aquellos fanáticos runners que osaban entrenar con esas temperaturas.
Casi sin quererlo su Palacio de Cristal se presentó ante nosotros como salido de una canción e invitándonos a retratarlo de cada uno de sus vidriados ángulos. Un poco más allá, una fuente dedicada a la alcachofa albergaba cuatro niños sosteniendo el mencionado vegetal. Recuerdo haberme sorprendido por el hecho de que alguien se haya tomado la molestia de diseñar y construir una hermosa fuente en honor a una verdura.
Sobre el final de nuestro paseo por el parque llegamos al Estanque del Retiro el cual se hallaba custodiado por un fastuoso monumento ecuestre en bronce y mármol dedicado a Alfonso XII. Aquel monumento, del cual participaron varios escultores, le otorgaba un halo extra de distinción al ya reconocido parque; como una especie de cereza del postre para convertirlo en el perfecto punto final para nuestra aventura madrileña.
Ya desde el primer día los madrileños me cautivaron con su acento y su desparpajo. Sus edificios, sus calles, sus parques y su historia me hicieron sentir que transitaba una canción de Joaquín Sabina.
Al sumergirme un poco más en su historia quedé impresionado por la cantidad de geniales escritores y virtuosos pintores surgidos de estas tierras hispánicas, protagonistas y sucesores ilustres del siglo de oro español. Solo espero a mi regreso estar un poco más preparado en lo literario y lo artístico para así poder disfrutar aún más los tesoros e historias que Madrid concede de manera tan generosa.
No te pierdas como sigue este viaje en el siguiente post Viaje y comida de primera
Una vez más, siento que recorrí la ciudad gracias a tus párrafos tan detallados. Aplaudo las curiosidades que compartís, las descripciones de las comidas y mención especial para el profundo análisis de las obras de arte. Bien bro!
Gracias Eze!!!
Si pudiste recorrer un poco esos lindos lugares con estos posteos ya me doy por hecho.
Abrazo!!!