Tras casi de 2 horas de descanso, lectura, baños de mar (no de sol) y paseos costeros, levantamos campamento ante el inminente arribo del grueso de turistas dispuestos a copar la playa.
Regresar nuevamente por la playa hubiera hecho estragos en los gemelos de nuestras piernas. Por lo tanto, subimos unas empinadas escaleras de madera con salida a la ruta y la bordeamos de regreso hacia El Nido.
Recuerdo que durante aquella nueva hora de caminata de retorno, me llamó poderosamente la atención la cantidad de hoteles de distintos calibres que se estaban construyendo a la vera del camino. Me dio la sensación de que a aquel paraíso natural no le quedaban demasiados años fuera del circuito turístico tradicional del sudeste asiático.
Con lo que nos quedaba del tanque, dedicamos el resto del día a pasear por los puestitos locales de artesanías y conocer un poquito más del pueblo. Además, confirmamos nuestra reserva para el island hopping del día siguiente, el cual constaba de un día entero en bote visitando varios puntos turísticos que se anunciaban de una belleza excepcional.
Solo nos quedaba rogar que el cercano tifón Auring (que nos pinchó nuestra visita a Bohol un par de días atrás) no tuviera intenciones de descargar un coletazo de lluvia para el día siguiente. Con nuestras plegarias encomendadas, regresamos al hostel para resignamos a una ducha de agua fría y apestosa pero no menos necesaria.