Lejos de las incandescentes luces de la ciudad, la oscuridad era casi total. Antes de comenzar, los guías nos recomendaron bajar el brillo de nuestros celulares y no utilizar el flash para las fotos. Una vez estuvimos todos listos, comenzamos a navegar río arriba en absoluto silencio y oscuridad.
No obstante, a diferencia de la experiencia en el río subterráneo, las estrellas clavadas en la infinita profundidad del cielo se anunciaban como testigos directos de nuestra aventura.
A poco de navegar por el meandroso curso de agua delimitado por los oscuros manglares empezamos a observar destellos que aparecían entre la vegetación. Luego de unos minutos, el espectáculo de las luciérnagas nocturnas paseando por los manglares escaló en magnitud.
Quedamos maravillados al ver cómo de golpe la espesa oscuridad se veía interrumpida por el centelleo de cientos de luciérnagas que se prendían y apagaban dándonos la sensación de estar ante la presencia de auténticos árboles de navidad.
Las lucecitas aparecían a diestra y siniestra sin ningún aviso mientras la sonrisa dibujada en mi rostro parecía no tener fin. Desde ya que tomar fotografías era inútil, a menos que tuviera una cámara de primera calidad… Y ese no era mi caso.
Pero resultó mejor así ya que pude canalizar toda mi atención a presenciar en vivo y en directo (y no a través de una pantalla) aquel increíble show de luces intermitentes cortesía de las dadivosas luciérnagas.
Siendo que estábamos navegando por un río, en un punto tuvimos que pegar media vuelta y volver sobre nuestros “pasos” lo cual me permitió tener una visual más cercana del margen opuesto al de la ida.